Br. Rafael Maria Urrecheaga de la Torre (1826-1907) a través
del tiempo.
Sócrates, tomando la cicuta, demuestra la verdad de
su doctrina,
Que el vicio aleja, a la virtud. Inclina
Esta, le inspira el acto que ejecuta,
“Conócete a ti mismo”: esa la ruta
Por donde conduce al hombre y le ilumina: Solo el
justo es feliz ciencia divina,
El alma vida perenne disfruta
A ejemplo del filósofo ateniense,
Otros sabios después han sucumbido, defendiendo lo
honesto, justo y bueno,
Triste y fatal historia que convence,
Si Sócrates hubiese renacido, segunda vez aplicaría
el veneno.
Trujillo Noviembre de 1887
R. Maria Urrecheaga.
-tomado de “El Trujillano” diciembre 31 de 1887-
José G. Granadillo V.
“De la lengua de los Timotes, que habitaron los Andes
de Trujillo, ha escrito el venezolano R.M. Urrecheaga unas observaciones que
comprenden algunas reglas gramaticales y un vocabulario, trabajo interesante
que debemos a la amabilidad del autor y que publicaremos mas tarde.”-Arístides
Rojas, Estudios Indígenas Pág.192.
Habían
transcurrido 16 años de la muerte del notable escritor don Arístides
Rojas (1826-1894) y en ese tiempo, poco o nada se supo de la ansiada
publicación que citara el académico en su obra no obstante, el Ing. Alfredo Jahn
Hartmann (1867-1940) en su libro “ Los Aborígenes del Occidente de Venezuela Su
Historia, Etnografía y Afinidades Lingüística, caracas julio 1927 –escrito
originalmente en 1916-, nos describe cuál fue el destino de los papeles
originales del catedrático del colegio nacional; mas o menos nos refiere que:
“Esta
circunstancia nos indujo a indagar, durante nuestro viaje de exploración por la Cordillera , en 1910, el
paradero del trabajo original de Urrecheaga, del cual finalmente obtuvimos copia, gracias a
la amabilidad del doctor Amílcar Fonseca, ilustrado jurisconsulto y distinguido historiógrafo trujillano”. Pág.119.
Sin duda, el Dr. Jahn, se inspiraría-
en parte- en su obra en las investigaciones del sabio Urrecheaga y muestra de
ello, es el hecho de que siguió los pasos dados por el catedrático al entrevistar
in situ a descendientes directos de los naturales, pero dejemos que su puño y
letra no los narre:
“Todavía en 1910 encontramos en La Mesa de Esnujaque dos indios
ancianos que conocían el Timote y con
su ayuda logramos comprobar y ampliar el
trabajo de Urrecheaga”.Pág.120, Ob.cit.
Para concluir, esta aseveración, se podría inferir que la
publicación del trabajo que el sabio Rafael Maria Urrecheaga de la Torre enviara; no se dio en
principio, quizás! por situaciones
fortuitas, que no van al caso tratar en este articulo, empero, lo acertado
seria denotar que el Dr. Alfredo Jahn basaría -entre otros estudios- sus
investigaciones en lo que a los timoto cuicas se refiere, en apreciaciones del
Maestro, tal como lo afirma de nuevo en las Observaciones Generales de la citada obra.
El Maestro Urrecheaga muere en 1907 empero, a partir de octubre 9
de 1886, -ocho años después de haber enviado aquel documento- publicaría en el periódico
semanal “El Trujillano”(1) - una
traducción del original en ingles de lo que podría ser, la clave de su técnica
en sus estudios del lenguaje, con sendos artículos a pagina completa y a once partes -probablemente
más- titulado: “Observaciones preliminares al estudio
de las lenguas”, extraeremos algunos párrafos de tan interesantes artículos:
(...), porque se puede traducir
las ideas completas y adecuadamente de un idioma a otro, a menos que el
traductor reúna todas sus potencias reflexivas; entre el espíritu del autor, y
se levante, por decirlo así, a su nivel, siguiendo la misma serie de sus
pensamientos. El Trujillano, Onceava parte, 8-9-1877.
Los aportes
del catedrático no sólo se enfocaron en la gramática y el vocabulario kuikas
sino que quizás mediante sus potencias reflexivas logro traducir el canto
guerrero kuikas al difícil castellano, himno que encierra el deseo de venganza,
la rabia y angustia que sintieron los naturales ante el invasor:
El estudiante al traducir, debe
conservar fielmente el texto original, pero acomodándose al genio de su propio idioma;
porque su tarea es mas bien copiar que componer”.El trujillano, Onceava parte,
8-9-1887.
No es de
extrañar pensar, que el sabio políglota dominara la lengua oral kuikas a la perfección:
(…) .“Leer en alta voz todos los días
algunas páginas con entonación correcta y natural, manteniendo atento el oído y
ejercitando la lengua, nos habituara a la buena pronunciación, y la
conservaremos hasta el ultimo periodo de vida” (…). Décima parte. El
Trujillano, 8-1-1887.
Una aproximación al
canto guerrero Kuikas a su lengua natural
A pesar de ser arriesgado
imaginarse el ¿cómo? fue el canto guerrero kuikas en su lengua materna - al
menos en su primera estrofa- para cotejarlo
con su versión en castellano, valdría la pena, para darnos una vaga idea del
famoso canto ejecutado seguramente por las tribus oriundas de este territorio;
haciendo la salvedad de las imperfecciones que a bien tuviere.
I
Madre chia, que estas en la montaña/ Mam chia ku nishi kiu Guanda/
Con tu pálida luz alumbras mi cabaña/ Du ih
gem Shep Shandu Kurokota/
Padre Ches, que alumbras con ardor/ Taita Ches, ku shandu du guesch/
No alumbres el camino al invasor/ Chi Shandu na op pshu uari/
Bibliografía Consultada:
Rojas, Arístides, Estudios Indígenas, Caracas,
1878, 215 Pág.
Jahn, Alfredo, Los
Aborígenes del Occidente de Venezuela Su Historia, Etnografía y
Afinidades
Lingüísticas 1927, 170 Pág.
Fonseca,
Amilcar, Orígenes Trujillanos, Caracas 1955.
Urdaneta;
Ramón, Diccionario General de los Indios Cuicas, Caracas 1997.
No
Bibliográfico:
(1) El Trujillano, periódico semanal, hasta 1880, todos los lunes, 7pm, a
partir de 1881 o 1882, todos los sábados, 5pm, años consultados: 1886, 1887
Welcome a china
A Yuan Lin
En el año 01 el pueblo donde
vivía la familia de Ten Yen Fao quedó bajo las aguas del Yangtsé. Años atrás el
antiguo pueblo florecía de vida, sus habitantes en su mayoría agricultores y
pescadores nunca imaginaron que el tren del modernismo los alcanzaría, borrando
del mapa su pueblo y parte de su historia: Quiénes eran ellos para oponerse al
modernismo, era el eco que cobraría fuerza en el pueblo años antes de comenzar
el inevitable traslado. Antes de abandonar el pueblo las familias observaron
como el Yangtsé inundaba sus sueños; curiosamente no todo quedó bajo las aguas,
la punta de un montículo sobresalía entre el torrente. Un anciano lo reconoció
y afirmó que en sus faldas se encontraban los ancestros del pueblo. En dicho
montículo Ten Yen Fao junto a su familia hizo colocar una campana señalando el
lugar sagrado y prometió regresar así fuera lo último que hiciera.
Ten Yen Fao luego de haber
huido de su país y haber sembrado raíces en otro, luego de tantas vicisitudes;
de percatarse que a su familia no le faltara nada, que tendrían seguridad y un
techo firme, recordó su origen. Nunca pudo olvidar de dónde venía. Un día
enfermó y al tiempo decide su familia llevarlo por última vez al sitio donde se
encontraba
el pueblo sumergido. Esa vez en compañía de dos de sus hijos. Una vez en el
sitio, notaron que el día era asoleado y hacía una fuerte brisa. Desde la
campana que apenas sobresalía entre el fuerte caudal, se podía divisar una
grulla que recibía destellos del astro rey; seguidamente los hijos de Ten Yen
Fao tomaron una embarcación que los llevase al sitio. Al llegar, uno de los
hijos sacó un cofre de bronce, el primero lo sostuvo y el segundo lo abrió,
entrambos esparcieron las cenizas de su padre por los alrededores de la campana
donde hubo una vez un montículo. Se había cumplido el último deseo de Ten Yen
Fao, estar junto a sus ancestros. Al retornar sus hijos, fueron sorprendidos
por un leve sonido de la campana que un delfín hizo sonar antes que el yangtsé
la engullera.
Sepultado bajo toneladas de agua
acumulada por la construcción de una represa, se encuentran lugares sagrados y
bienes culturales de la dinastía Ming y Quing en permanente deterioro. Además
de la probable extinción del delfín baiji, la grulla siberiana y el pez
espátula, causándole tristeza a los antiguos moradores y al mundo por tan
irreparable pérdida.
Manual para hacer nada
A Víctor Hugo Castro
El simple hecho de estar
escribiendo es una contradicción empero, quién no se ha contradicho alguna vez.
Por ejemplo, cuando caminamos por la acera y pasamos reiteradamente una
hedentina automáticamente fruncimos el rostro, nos tapamos la nariz y volteamos
hacia otro lado. Deberíamos hacer lo mismo al evacuar, no obstante la mayoría
no lo hace. Eso sería una de tantas contradicciones que de continuar enumerando,
no terminaría y nos alejaría del meollo del asunto, que es el imaginar cómo
hacer nada. Procrastinar.
Inicialmente ese día cuando
despierte luego de agradecer -si es su caso- a quien le apetezca por continuar
respirando, observe fijamente el techo. Al momento, trate de no moverse sólo
los ojos aunque se contradiga –puede pestañear y mirar de reojo-. Trate de
buscar imperfecciones en ese gran plano que le permite su visión periférica.
Ignore los que colindan aunque advierta algo rara avis –deformaciones, grietas,
humedad, extraños sonidos-. Cuando estén por todas partes de su techo –las
imperfecciones- evítelas a toda costa cerrando los ojos, tapándose los oídos,
quedando inmóvil, haciendo nada. Transcurrido un tiempo vuelva a mirar su
pared, dedíquese a un punto fijo y evite por todos los medios mirar más allá
incluso
la del vecino aunque perciba desde su cómodo sitio que a usted lo acechan. Siga
así y será tarde a costa de haber aprendido.
P.D. Si vive en un departamento haga
caso omiso al escrito a menos que habite el último piso.
El In no
Breve metáfora a la ceguera
Al pana Saúl Ramírez Pérez
Nadie
vio llegar al forastero. Ni siquiera él supo cómo llegó o de dónde venía.
Bienvenido al In no. Era lo que alcanzaba a leer en un derruido aviso junto a
un difuso número de habitantes. Llamó su atención el singular nombre a pesar de
ser Venezolano y Trujillano de pura cepa. Pensó que era un nombre inglés o tal
vez francés – dudaba-. A pesar del esfuerzo no logró comprender. Continuó
llamándole la atención el derruido aviso, esa vez por la singular cifra. Una
que representaba nada por sí sola. Una sin sentido por ser cero. Trató
rebuscando entre la penumbra un número, tal vez un entero, el comienzo de una
cifra importante. Al no poder dedujo que todo se debía a su invalidez. Inmóvil
en la entrada del pueblo dudaba del singular nombre y del nulo valor. Intuyó
que en el pueblo sus dudas desaparecerían. Una oscura carretera atiborrada de
piedras calientes como brasas y de árboles secos en primavera le recibían como
raro tapiz. Al forastero no lo amilanó, a pesar de la bruma y
de su enclenque humanidad, avanzaba entre la
adversidad del viento y la ceniza. Era tenaz. Al recordar su origen, quiso algo
distinto, pasar la página, regenerarse. Pensó que lo lograría, que aquel
difícil e impreciso camino oloroso a azufre a lo termal representaba una
oportunidad, quizás la última. Al principio le gustó lo que pudo ver: Un pueblo
parecido a muchos empero, diferente al suyo. Aparentemente todo estaba en su
sitio pero a medida que se acercó, creyó ver personas sin rostro, desorientadas
que iban y venían sin saber adónde ir, sin detenerse; como si alguien las
empujase hacia la nada de donde habían salido. El forastero divisó una iglesia
y le pareció familiar. Allí quiso buscar al cristo a través del vocero y no fue
posible –malas noticias para su iglesia- un ininteligible papel clavado en la
pared insinuaba que estaba atareado; lo inculpaba por actos lascivos y
enriquecimiento ilícito. Por alguna razón el forastero no se alteró. Luego optó
por visitar -por lo familiar- un partido político empero, estaba clausurado
desde hacía mucho tiempo. Otro confuso aviso informaba que algunos de sus
inquilinos -los más íntimos- habían sido juzgados y condenados en la plaza del
pueblo y otros aún más ricos, desaparecieron sin ropas, sin nada de valor en
las frías catacumbas. Alguien comentó que sólo habían muerto. Por alguna razón
el forastero no se alteró, de donde venía tuvo suficiente, aunque creyó dejar
todo atrás, recordó más. Ignoró el ayer e intentó con un hilo de esperanza
avanzar entre la confusión. Continuó con un comercio, uno
vacante. Un desconocido que no quiso dar su nombre dijo que otro igual a él y
que muchos otros encontraron el establecimiento así, brumoso y vacío. Por
alguna razón el forastero no se alteró, parecía comprender qué pasaba y decidió
ir al oscuro bar, uno de mala muerte; uno con un fuerte olor a huevo podrido.
Por una razón se resignó porque al pueblo de In no, le faltaban cuatro letras y
el barman que sólo hablaba monosílabos se las dijo y agregó desde su vano
lugar: Que era bienvenido al infierno, que no dudara porque allí no se
confesaban los curas, los avaros ni corruptos y añadió: Tampoco sus habitantes.
Mensaje en una botella
Quiso enviar un mensaje en una botella reciclable.
Intentó que navegara por el mar de la felicidad.
Quiso que lo leyeran pescadores.
Y sin sus redes, rozara a delfines, atunes, focas y
ballenas.
Pidió que lo devolvieran porque no eran destinatarios.
Ansió que diera la vuelta al mundo en cualquier número de
días y soportara huracanes y tsunamis.
Y a salvo, quiso que muchos leyeran.
Pidió que lo devolvieran porque no eran destinatarios.
Quiso que evitara cargueros de petróleo y demás productos
tóxicos,
Y a salvo, leyeran y protegieran los tripulantes.
Pidió que lo devolvieran porque no eran destinatarios.
Quiso que evitara desagües industriales.
Y a salvo, leyeran y conservaran sus trabajadores.
Pidió que lo devolvieran porque no eran destinatarios.
Quiso que leyeras y conservaras.
Por ser para ti y tus
descendientes.
Y sólo quería que lo supieran.
Pidió, aunque tarde.
Algunos relatos se inspiran en casos no resueltos como por ejemplo, los crímenes y desapariciones de inocentes que permanecen impunes. Los dos primeros relatos (Quién era Rak Vagon y el Libro de áperion) son fantásticos. El primero es un imaginario y confuso caso policial. El segundo, un modesto trabajo que puede ser leído de varias maneras: Como cuento, como pequeño y pretencioso aforismo, o como metáfora a los números binarios y a la Biblioteca de Alejandría. El resto se debería explicar por sí solo.
Quién era Rak Vagon
A Violeta Boersner
Alguien que no quiere ser referido saca a la luz un
caso irresoluto ocurrido hace unos diez años. No es el único caso es cierto,
hay muchos cangrejos empero, puedo aseverar que como este pocos. Los sucesos me
fueron revelados sin ánimo de perjudicar al cuerpo de investigadores. Los
folios proveídos fueron traducidos al inglés y enviados a Scotland Yard que
gentilmente colaboró –previa invitación- en el caso, y tristemente fracasó.
Tales folios son parciales haciendo confuso el relato que comparto –a riesgo de
equívoco- a continuación. Rak Vagon –ni siquiera se puede certificar que era su
verdadero nombre- muere en el 45 a las once p.m. Yacía en una escalera de
chejendé un día lluvioso y de riada de abril-mayo -no se sabe exactamente-. A
su lado hallaron una valija con documentos. Su muerte pudo haber pasado
inadvertida si no fuera por las increíbles condiciones del cuerpo, si se le
puede llamar así. El caso es que Rak Vagon al morir no dejó bienes de fortuna,
ni clara identificación; no se supo si era extranjero o nacional, si tenía
familia, esposa o amante, el perfecto extraño. Según versiones de los hechos
pudo haber sido cualquiera o ninguno. En las pertenencias que nadie reclamó se
encontraron varios pasaportes empero, ninguno coincidía con la descripción que
colgaba del pulgar de aquel cuerpo sin dolientes: Nn -Ningún nombre- bronceado,
pelo ondulado, espalda ancha y arrugada, nariz aguileña y ojos aguarapados (1).
En su pecho se podía ver un tatuaje contrahecho del ojo de Horus en
lapislázuli. Su cuerpo -según experticia- no poseía órganos semejando un
perfecto disfraz. El pulgar de la diestra presentaba una herida reciente –no
más de dos horas- como de tres centímetros de diámetro. En varios pasaportes
figuraba su imagen pero en todos disímil su identidad. Por ejemplo, en uno era
un rastafari, en otro judío, en otro musulmán, en otro chaval, en otro príncipe
y en otro cura. También encontraron una carta cuasi en blanco fechada en
Chejendé en el 45 con la firma impresa Rak Vagon en la parte inferior derecha
junto a una hora: 11 pm. Una huella de sangre hallada debajo de la firma que
coincide con el pulgar del occiso hizo presumir a los investigadores –dada la
infructuosa identificación que era su nombre o seudónimo -se ignora-. El
susodicho que se sepa no salió del país, no existen referencias de uso de esos
pasaportes, entonces para qué tenerlos. Muchos conjeturaban: Un hippie aseguró
que no tenía vicios. Un judío, un católico y un musulmán armonizaron alegando
que pudo ser simpatizante más no, creyente. Un niño cuya madre insistió en no
dar nombres, dijo que era muy divertido. Un representante de la monarquía
exclamó molesto, que era un farsante. Otros que quisieron permanecer en el
anonimato no escatimaron en detalles: comentaban que era mitómano que incluso
hablaba un español de provincia con acentos extraños variando la voz de gutural
a falsete no obstante, asegurando que nunca le escucharon defender nacionalidad
alguna. Asimismo, que jamás utilizaba el mismo apelativo mucho tiempo,
conociéndolo sólo por referencias como: El hippie, el hebreo, el árabe, el
perito, el delfín y pocas veces, como el santo. Que fue partidario de lo
universal, del cosmos, que carecía de sindéresis y avasallaba con preguntas
capciosas sin temor a equivocarse; afirmando con vehemencia que en períodos
lluviosos fue reacio a portar impermeable y una vez empapado, incapaz de
pedirlo prestado. Los sectarios y agnósticos negaron todo aduciendo a priori
ser un desvarío, fruto de un aburrido escritor falto de imaginación. Conjeturas
que en nada ayudan a despejar las dudas sobre el extraño personaje. Lo
irrebatible es que Rak Vagon parecía desafiar la intemperie buscando lugares
permeables y evitando por todo los medios cualquier cosa que desviara escurridizas
gotas: Una cornisa, una biblioteca o la venta de comida todo le era
indiferente. Dicen que en la intemperie se detenía a departir con extraños,
sobre todo los de soluciones salomónicas. Que era imprudente al saludar y
adicto a oscuros atajos. Todo parece indicar que Rak Vagon previsiblemente
planeó su ida en aquella escalera desde el mismo momento que despertó del sueño
paradójico, la revelación o abducción no se sabe –no hay acuerdo-. Saque sus
conclusiones. Por buena fuente supe que el supuesto Rak Vagon despierta seis
días antes de su muerte a las once p.m. Persuadido de haber tenido visiones de
amantes ficticias entre otros eventos que lo inquietaban: Se veía en algún
lugar de la escalera imposible, la de Sir R. Penrose (nac.1931) donde venteaba
un agradable aroma -un sueño fragante el mismo que percibía en sus imaginarios
e íntimos encuentros. El aroma lo conduce hasta un ancho peldaño donde
encuentra una valija con sellos de viajero que incluyen dos envueltas en
plástico. Rak Vagon se ve abriendo la que expelía la fragancia, al hurgar se
provoca en el pulgar una herida causada por la esquirla de un frasco que apenas
conserva contenido. Seguidamente se ve uniendo las partes del frasco y éstas se
funden como si nunca hubieran estado separadas. Luego continúa por los peldaños
y se topa con la primera amante. Trata de llamar su atención ofreciéndole el
perfume sin éxito, cree palparla y sucede lo mismo. Rak Vagon percibe algo tan
inverosímil como el sueño que afronta: A despecho de estar solo su amante ficticia
observa incrédula delatando emoción. Rak Vagon cree comprender y emprende una
bulliciosa carrera aseverando haber muerto por primera vez. En cada vuelta
encuentra una amante diferente: La primera es rubia, luego morena, la siguiente
negra, continuando la pelirroja y finalmente la oriental. Con todas sucede lo
mismo que con la primera. Rak Vagon apresura la huida sin importarle nada,
convencido de que urge su presencia en algún sitio. Ignora si asciende o
desciende, ignora cuántas muertes ha tenido empero, intuye que siempre se
dirige al inicio. A la sexta vuelta y a pocos metros del inevitable punto, se
materializa una entrada donde llueve a cántaros y donde aguardan tres
personajes como salidos de un films de bajo presupuesto. Ataviados con trajes deshilachados
y mal confeccionados; dicen que el primero en hablar no fue el supuesto Rak
Vagon sino el hippie: Esperamos no confundirlo con estos disfraces obtenidos
en una tienda de bagatelas. En realidad somos oreo como la escalera que dejó
atrás, la valija que no viajó, el perfume que nunca obsequió; las amantes que
ansió y no tuvo, la lluvia que no evadió. Todo a su gusto -refirió en extraño
español- Que gran casa tienes –arguyó el rastafari- No tan grande como
la suya –increpó Rak- Seguidamente el supuesto se ve mirando por encima del
hombro del hebreo y observa un vehículo espacial tan grande como dos estadios,
un niño le tiende la mano y se dirigen a la nave como escolares. Al llegar, el
que viste de cura de nombre Santo toma el brazo de Rak Vagon y dirige el pulgar
herido a un sensor de reconocimiento, siendo tele transportado. En ese preciso
momento el supuesto despierta y ya no fue el mismo. Hechos ulteriores revelan
que planeó un viaje fuera de este mundo. Un viaje que anticiparía y nadie
sabría explicar.
1.
Venezolanismo: de color café claro o castaño claro
Trujillo
2014
El libro de àpeiron
"El principio de todo proviene de àpeiron"
Anaximandro (610 a. C. 546 a. C aprox.)
Cuando Rembrandt creó su famosa obra “filósofo en meditación” quizás pensó en los rasgos de su padre para el personaje principal, aunque algunos difieren de esta apreciación basándose en la única obra que lleva el nombre de Harman Gerritz –su padre- fechada en 1630. La obra el filósofo en meditación encierra una atmósfera que invita a la reflexión. Su escalera de caracol en el centro del cuadro y los personajes -uno en actitud de meditación, la otra en sus quehaceres- permiten resaltar el contraste entre el trabajo mental y una labor casera, igualmente útil. Ejecutada con una gran técnica que impacta incluso a las nuevas generaciones con sus veintitantos escalones que invitan a elucubrar un camino ascendente hacia el templo del filósofo. Ya un griego de nombre Zenòdoto (Ζηνόδοτος) lo describe en su obra: Libro (βίβλος) -a secas-.
El escritor fantasea y cuenta que aprovechando un descuido del estudioso y la nuera logra subir la caracoleada escalera. Notando que el filósofo junto al resplandor de la ventana está absorto. Al final de esta -la escalera- encuentra una húmeda e infinita habitación con una indeterminada cantidad de salas, libros y rollos de pergamino. Al principio de cada columna de escritos había un cesto con papiros semejando catálogos, identificados con una tablilla coloreada y rectangular pendiendo de cada uno. Cada color simbolizando un área del saber: Azul, para las ciencias exactas verde, para las artes amarillo, filosofía y religión negro, ciencias ocultas, etcétera. Cada área repleta de rollos con no menos de veinte hojas unidas unas a otras de 3, 5 y hasta 41 metros de largo. Cada rollo acotado con nombre del autor, ascendientes, maestros, procedencia, obras, etcétera.
En la biblioteca del filósofo se logra ver entre otras: La historia del mundo de Beroso y sus akpalus (1), las obras de Manethòn y su minuciosa e incomparable descripción de Egipto, incluyendo las obras completas de Sófocles con la excepción de siete dramas que están extraviados. Todo distribuido por disciplinas en al menos diez salas, cada una con un cubículo de estudio en su centro. Empero hay algo que inmediatamente llama la atención de Zenòdoto –llamado el joven-, una obra –si se le puede llamar así- que consta de dos verdaderas, íntegras e indivisibles páginas, cuya numeración en la parte inferior derecha es ininteligible, unas veces es 0, otras 1 o ambas. Una obra que aparenta ser más cubierta -parte del libro- que las páginas que protege. Una obra que no es cíclica ni circular como la del gran Jorge Luis Borges (2), tan sintetizada que lo dice todo. Una obra resplandeciente como la ventana del filósofo. La sobreviviente de Alejandría: El libro de àpeiron.
Zenòdoto -que fungió de bibliotecario, poeta, filósofo, escritor, teórico matemático, historiador, pelabolas, filólogo, escultor, falaz y pintor- afirma que en las páginas se condensa un vasto conocimiento universal sólo al alcance de unos pocos afortunados. Por alguna razón -que elude en su obra, no se sabe si adrede- para alcanzar un mayor aprendizaje se debía ser -o aprender a ser- ambidextro. La clave en la búsqueda de la fórmula general –conjetura- se condensa en el libro de àpeiron. Obra que posee en su lomo una singular e inexacta cota: 01 ej.u. Donde 01 representa el idioma universal y ej.u: ejemplar único.
Consideradas la primera y última página, cada una constituida por 20 columnas a mano alzada, cada columna de treinta renglones, cada renglón de 20 códigos construidos con la repetición de dos guarismos: Uno neutro, el otro unitario. La obra que Zenòdoto afirma ser íntegra, autosuficiente y difícil por no decir imposible de transcribir.
Zenòdoto en sus memorias narra una corta experiencia –dos horas- con la lectura del libro de àpeiron: “El primero de los renglones comienza con el símbolo de infinito (∞) a la derecha. La singular escritura no posee signos de puntuación y se debe leer de arriba hacia abajo, y de derecha a izquierda al parecer como el antiguo arameo. Es totalmente vertical y cada carácter pensado o pronunciado posee varios significados. Al deletrear sentí la extraña sensación de haber leído varias páginas de determinados libros. Lectura que no concluyó sino hasta que llenándome de valor, detuve. La embriaguez por la lectura es impresionante: Es tanto el esfuerzo que se pierde la noción del tiempo y se termina con jaqueca” -concluye diciendo-.
Zenòdoto afirma que cualquier parte del renglón lleva a otros libros presentes sólo en la mente del lector. Más adelante en sus memorias el autor continúa detallando la única experiencia que tuvo con el àpeiron: “El deletreo del primer renglón me lleva a una especie de cubículo esférico en medio de un bosque -que recuerda el origen de los seres vivientes promulgado por Anaximandro- y a la lectura completa y aprendida de dos páginas de una segunda obra distinta. Ésta a su vez a tres páginas completas de una tercera obra diferente a las anteriores y así sucesivamente hasta el final, si lo hubiere.” Zenòdoto no lo garantiza.
Nota que al deletrear al azar los renglones algunos trasladan hacia pergaminos desgastados por el tiempo empero, inteligibles. Todas las obras poseen un único idioma llamado: El Bina (3). Idioma que describe como innecesario de aprender ya que se adecúa a todo lenguaje conocido. Un idioma que da al traste con nacionalismos. Un idioma universal.
A medida que se lee el àpeiron aumenta la lectura de indeterminadas obras. Cuenta que trató de transcribir una parte y no concluyó. Nunca logró alcanzar de leer ni el primer renglón de la primera página del àpeiron. Cuenta asimismo que dicho renglón traducido automáticamente comienza con la frase “Ir a” precedida del símbolo descrito. Eso bastó para transcribir dos libros de mil páginas cada uno referidos a distintas disciplinas del saber con sólo dos horas de lectura. Todo ese conocimiento almacenado y claro en su cerebro sin previo estudio.
He aquí un esquema básico de la lectura del àpeiron –según Zenòdoto-
Àpeiron → Libro 1 → Libro 2 → Libro 3 → Libre 4 → Libro 5 → Indeterminados libros
↨ ↨ ↨ ↨ ↨ ↨
Lectura → 2 hojas → 3 hojas → 5 hojas → 7 hojas → 11 hojas → Indeterminadas hojas
↨ ↨ ↨ ↨ ↨ ↨
4o columnas → 6o columnas → 100 columnas → 140 columnas → 220 columnas → Indeterminadas columnas
↨ ↨ ↨ ↨ ↨ ↨
1200 renglones →1800 renglones → 3000 renglones → 4200 renglones → 6600 renglones Indeterminados renglones
↨ ↨ ↨ ↨ ↨ ↨
24000 códigos → 36000 códigos → 60000 códigos → 84000 códigos → 1320000 códigos → Indeterminados códigos
Al concluir un libro continuaba el siguiente y así de manera sucesiva. El Bina permite que sólo dos guarismos puedan idear números, palabras y símbolos infinitos. Es tanto el esfuerzo mental que Zenòdoto decide cesar. Al tiempo intenta repetir la experiencia no fueron suficiente dos libros, dos horas, ni la jaqueca. La lectura del àpeiron subyuga como los inhaladores contra la disnea si se abusa de ellos. Empero, esta vez no correría con la misma suerte, el filósofo lo estaba esperando, había dejado demasiada evidencia. Al notar su presencia y sin mediar saludo le lanza una frase lapidaria atribuida al filósofo Anaximandro: “Lo indefinido es ingénito e incorruptible, pues lo que comienza necesariamente tiene un fin; y toda corrupción tiene un término”
1.- Extraterrestres parecidos a peces, que vivían en escafandras y habrían aportado a los hombres los primeros conocimientos científicos
2.- Jorge Luis Borges en su obra “Ficciones” se pregunta: “(…) de qué manera un libro puede ser infinito (…) Pág.111 undécima edición. 1982.
3.- Atribuido al matemático indio Pingala, de efecto inmediato para el lector universal, representa según Zenòdoto la clave para el conocimiento futuro llamado por él: El código Bina o Pingala.
José Gregorio Granadillo Viloria
Maravedí Insular
Desescultura.editor
“No hay sitio, lugarejo, pueblecito que no tenga algo de que envanecerse,
por lo menos, de un fruto, de un animal, de alguna roca de construcción,
o finalmente, de sabrosa agua y templado clima.(…)” pág. 169 (1)
Arístides Rojas (1826-1894)
A doña Felipa (+)
Al Pueblo de la Fuente
El erudito se levanta temprano su rutina es hacer calistenia y desayunar ligero, vive en un pequeño departamento con su familia en un pueblo de los Andes Venezolanos. La habitación donde duerme también es su estudio, allí le da forma a sus ideas como un niño jugando con plastilina y a pesar de tener más de cincuenta años conserva cierto aire juvenil y gracioso, le apasiona lo que hace: construir pequeños relatos de lugares, familias, amigos, etc., muchas veces tan reales que le cuesta distinguirlos o tan fantasiosos que jamás concluye.
Este día sentado en su antiguo sillón se le ve ansioso ante una serie de objetos, libros entreabiertos y papeles a medio escribir amontonados de manera deliberada en lo que parece un desorden con sentido de orden, clara señal de creatividad y agilidad mental, la razón, es que espera una remesa de la Fuente -una provincia de la isla de Margarita- que remite un pariente, se trata de una rareza en lo que a numismática se refiere hallada por pescadores en la cueva de la bruja, una gruta que se encuentra a orilla del mar al pie de una colina en la zona de Puerto Fermín, donde las olas al chocar contra las piedras crean efectos naturales, motivo para justificar mitos y creencias, un hallazgo del que se conocen sólo seis piezas y de las que poco se sabe. El erudito al recibir la noticia adelantó su investigación ya que el remitente siguiendo sus instrucciones no escatimó en detalles, el destino quiso que lograse adquirir dicho objeto ya que su pariente administra una posada en la zona.
Suena la puerta e inmediatamente se agita al ver que se trata de la esperada encomienda: Un pequeño envoltorio de papel y cinta plástica que recibe casi sin prestar la debida atención al repartidor no obstante, adjudicándole una generosa propina, prontamente retorna al sillón desdobla cuidadosamente el objeto y sin desviar la mirada busca de memoria la gruesa lupa en la gaveta, detallando una especie de moneda o medalla circular hecha de cobre de no más de 30mm de ancho con un considerable desgaste que presume, fue debido a su constante circulación, por esta razón piensa que se puede descartar que fuera una medalla conmemorativa, nota que su diseño en general no es muy elaborado además de tosco con letras uniformes en mayúscula, la dibuja con un lápiz a través de un papel detallando su inscripción hasta lograr ver en su anverso en alto relieve una canoa donde figuran tres personas ataviadas con trajes típicos, dos de las cuales reman ante lo que parece ser un mar picado y ante una esfera que podría representar al sol o la luna, todo a su vez rodeado por una leyenda: “MARGARITA PERLA PRECIOSA”; seguidamente, en el reverso observa que perfectamente centrado colocaron un número 4 rodeado por siete estrellas y la leyenda: DF. 4 de MAIO 1810.
Todas las indicaciones le crean suspicacias sobre el verdadero origen, no existen precedentes de estudios pormenorizados, su experiencia no es suficiente, vuelve a insistir con la pregunta
- ¿Será una moneda o una medalla conmemorativa?
Dado que la fecha es incuestionable, rebusca nerviosamente la edición del Tratado General de Monedas de Don Tomas Antonio Marien y Arrospide (2) entreabierto en el piso y deduce que si bien el libro no arroja pistas contundentes las señales revelan que podría tratarse de algún tipo de maravedí -moneda que empezó a circular en 1172 en la España de Alfonzo VIII-. Concluye seleccionando dos monedas que considera cercanas a las características descritas, la primera de ellas con un valor de 4 maravedís acuñada en 1836 bajo el reinado de Isabel II de España y la segunda de 8 maravedís acuñada en 1810 bajo el reinado de José Bonaparte, de repente, un sonido lo desconcentra, no ha caído en cuenta que es la hora del guarapo de panela con el pan “pata e mula” que trae religiosamente chepa su ama de llaves. Luego del refrigerio se coloca una mano en la mejilla acariciándola suavemente mientras reanuda su observación con más detenimiento, por los antecedentes no vacila en descartar al viejo continente al no tener la rareza el perfil de ningún rey ni el sello o leyenda de corona alguna, todo le conduce a una pregunta más específica
- ¿Simbolizarán las 7 estrellas y la fecha, el innegable hecho histórico ocurrido en Venezuela?
Elucubraciones, imágenes, conjeturas y citas rodean su mente al localizarse el hallazgo cerca de la Bahía el Tirano que es el otro nombre con que se conoce a Puerto Fermín, un lugar donde desembarcó el sanguinario Lope de Aguirre
“Refiere la historia antigua de Venezuela que, cuando el famoso tirano Lope de Aguirre se presentó de improviso en 1560 en las costas margariteñas, una tempestad separó las embarcaciones de la pequeña flota, arrojando a las costas de Paraguachí, la vela en que venía Aguirre. (…) pág. 169” (1)
Y haciéndose pasar por gente buena y perdida en el mar saqueó e incendió la isla. Al principio todo le es confuso, sabe que las primeras monedas fueron las perlas que circularon de manera oficial entre 1589 y 1620 -16 perlas equivalían a un kilo de oro fino- no obstante el hallazgo es posterior a estos sucesos, con casi trescientos años de diferencia. El erudito recorre pensativo la habitación con las manos cruzadas tras la espalda, chepa por instinto le lleva una taza de café que saborea mientras divisa por la ventana el campanario de la catedral que reposa sobre grandes cedros, luego retorna a su sillón mostrando un halo de satisfacción, no duda al pensar que la rareza fue acuñada en un momento muy turbulento en la historia Venezolana para conmemorar su Independencia y nada más mordaz que fuera un maravedí insular por llamarlo de alguna manera uno de los íconos de tan magno evento que muestra las esperanzas, valentía y aspiraciones independentistas de la isla de Margarita.
Fin
1.-Aristides Rojas, Orígenes Venezolanos (Historia, Tradiciones, Crónicas y Leyendas) Caracas, 2008 741 pág.
2.-Tomas Antonio Marien y Arrospide, Tratado General de monedas, pesas, medidas y cambios de todas las naciones reducidas a las que se usan en España, Madrid, 1789, 657pag
Lección de vida
Para mi hermano Cesar E. Scorzza O. en su cumpleaños
A la memoria de Ryunosuke Akutagawa
El individuo del traje anacrónico y de aspecto descuidado -barba desaliñada y cabello despeinado- parecía bajo la lluvia ajeno a la inclemencia del tiempo no obstante, medianamente protegido por un viejo impermeable de colores resaltantes que revelaba un deterioro acorde con su aspecto. Meditaba el señor Z en medio de un puente artesanal hecho de guaduas peligrosamente distribuidas, fijando su ojerosa mirada en otras que yacían fijas en la húmeda tierra resistiendo los embates del Momboy (1) siempre acompañado por un ensordecedor y amenazante bramido sobre todo entre los meses de agosto y septiembre. Era un puente colgante que separaba a niebla y neblina dos caseríos rivales ocultos por un bosque nuboso oloroso a laurel y a pino donde cada árbol era un jardín. Una rivalidad que contrastaba con aquel bello paisaje, reñían por tierras, por siembras, por el derecho al agua, por mujeres, por lo que fuera, siempre existía un motivo, por ello a través del tiempo sus habitantes fueron disminuyendo por algo que de alguna extraña manera formó parte del modus vivendi. Aquel pobre y abstraído hombre había sido despedido luego de ininterrumpidos años de servicio, se lo cargaba a la añeja rivalidad que esa vez le arrebataba la manutención de los suyos atizando aquella irremediable enemistad y quizás desde donde se encontraba y muy a pesar de la inclemente lluvia buscaba en el ejemplo del bambú americano -que lo protegía del tumultuoso río mostrándole mayor ímpetu ante lo adverso- la fortaleza que necesitaba, de repente alguien interrumpe, era un anciano que pasaba por el lugar, entre la confusión cree entender por las insistentes señas que el desconocido dibuja con sus manos que lo previene de algo, tal vez haciéndole ver que corría peligro, Z pensó que la crecida apenas comenzaba y que el puente no era de fiar inmediatamente al bramido se le sumó otro sonido que hizo temblar la de por sí débil base del puente, eran grandes rocas removidas violentamente de su lugar amenazando con llevarse todo a su paso. Desde que llegó al puente diversas ideas cruzaron por su mente:
- qué hacer? -se preguntaba-
Dónde ir a buscar el sustento si el trabajo escaseó, la gente emigró desde que el gobierno dispuso de todo, expropiando la producción para favorecer a niebla sólo porque allí se adueñó de la mayor extensión de tierra un oscuro personaje cercano al gobierno, un militar corrupto, sin tradición ni honor que llegó con dinero mal habido por congraciarse con el régimen. La premura y miseria le ofrecían dos opciones que jamás cruzaron por su mente: robar o asesinar. El honorable anciano hacía rato que se había ido cansado de dibujar con sus manos, Z decide seguir ante lo que creyó un noble consejo y se aleja del puente, a un lado comenzaba una colina donde al final se encontraba el único sitio donde habitaban en paz las poblaciones rivales: el cementerio. Entre la incesante lluvia el afligido individuo se abrió paso entre diversos escombros calcinados: barricadas hechas de alcantarillas, cauchos de auto, botellas, troncos. A lo lejos divisó el cementerio donde la bruma por momentos revelaba una fantasmal figura, a medida que se acercó fue prudente hasta finalmente escudarse detrás de unos árboles comprobando curioso que se trataba del anciano, la noble criatura que le previno en el puente. Al reconocerle intentó acercarse pero flaqueó al comprobar aterrado que profanaba tumbas, extrayendo ropas, prendas o cualquier objeto de valor dejando los cadáveres completamente expuestos sin el menor remordimiento como si fueran animales. Sus pensamientos se entremezclaron, cómo aquel anciano que le previno pudo llegar a cometer algo tan contradictorio, tan atroz, tan inhumano. Las rencillas habían obligado a los pobladores de niebla y neblina estar siempre armados y sacando del cinto un puñal el señor Z se abalanzó en tono amenazante, el anciano al verlo levantó las manos como si de un asalto se tratase
- Qué haces! qué haces!
Repetía incesantemente Z sin obtener respuesta
- Qué haces!
Repitió una vez más reaccionando finalmente el lúgubre anciano balbuceando lo que parecían incoherencias
- Sólo quería que lo hicieras para que no sufrieras más, a veces necesitamos de un empujoncito
-
- Qué tonterías dices, crees que simulando locura te vas a librar
El anciano negó rotundamente con la cabeza y prosiguió
- No es el único que trató de lanzarse, también lo intenté alguna vez… pero somos cobardes
Dicho esto se sienta rompiendo en llanto y fijando la cabeza entre las piernas protegiéndola al mismo tiempo con las manos en actitud de defensa ante un potencial golpe. La decepción no pudo ser mayor para Z al darse cuenta que el anciano nunca le previno sino que las señas aupaban un suicidio jamás considerado creyendo que se trataba sólo de otro ser desgraciado. Su rabia aumentó pero tampoco era un asesino, el anciano intervino de nuevo
- Me gano la vida con lo que ya no usan otros, soy muy pobre, no hay trabajo y no tengo qué comer qué hay de malo en eso, además, no me meto con desconocidos a todos los que tomé prestado los conocí alguna vez y le aseguro que nadie, nadie dio ni una moneda por ninguno.
Seguidamente el anciano señaló el sepulcro más cercano
- Este era el líder de una banda de zagaletones y criminales, mató a muchos impunemente porque el gobierno lo protegía, le encantaba matar disparando en la cabeza pero quien a hierro mata a hierro muere
Luego señaló a otro más distante
- Aquel era su lugarteniente y tuvo en su haber más de 100 muertes jamás le importaron y se vanagloriaba de todas pero a quien a hierro mata a hierro muere
Seguidamente señala a otro que colindaba con el anterior
- Este no hizo nada sólo calló lo que hacían sus amigos pero el que a hierro mata a hierro muere
Después de una pausa el anciano suspiró profundamente señalando otra profanación algo distante de las anteriores dudando por momentos, el señor Z al verlo reaccionó mostrando interés recibiendo una no muy agradable sorpresa al reconocer a un viejo amigo aún con parte de su piel y completamente desnudo no obstante se contuvo y esperó a que el anciano terminara
- Este no fue malo, sólo un pobre ladrón como yo, un cobarde como nosotros, lo mataron los zagaletones que mandó el gobierno porque robaba para comer y vestirse, eso es lo que hago, si él viviera no le importaría hacer lo mismo pero el que a hierro mata a hierro NO muere
Z volvió a abstraerse observando al anciano de la misma manera como contempló las resistentes guaduas y sin mediar palabra despojó al anciano de todas sus pertenencias dejándolo completamente desnudo y abandonando el lugar en medio de la inclemente lluvia.
1.- Nace en las cercanías del cementerio de La Puerta-Trujillo-Venezuela, parroquia del mismo nombre y sus corrientes más importantes le llegan del Páramo Las Siete Lagunas; además de sus afluentes entre los cuales podemos nombrar las quebradas: El Pozo, La Tapa, El Humo, El Cumbe, Mocojó, Maraquita, Jeromito, Doró, Las Cruces y La Cabaña.
La Beatriz 2017
La Hormiga
“En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo: la imaginación".
Octavio Paz (1914-1998)
Luego de hacer el amor J quedó contemplando el cuerpo de su amada pensando en si la había satisfecho, por primera vez en años de vida conyugal no le pareció suficiente el exceso de sudor, su sonriente y cansado semblante, sus excusas para seguir durmiendo, los apasionados besos; ya no bastaban aquellas irrefutables señales, quería algo más convincente que no fuese la importuna pregunta. Era mediodía en Valera no obstante la habitación permanecía fresca y acogedora como siempre J pensó cerrar los ojos apenas minutos pero el cansancio lo venció y de la nada apareció frente a un pilar de la cama que le pareció un gran cedro, se veía a sí mismo como hormiga a la que un olor familiar atraía, un aroma a cereza, nuez moscada y miel, el instinto lo llevó hasta alcanzar la esquina de un jergón adornado con llamativos colores donde divisó el origen de aquella irresistible atracción: Un familiar contorno convertido en largos y sinuosos caminos depilados donde destacaban dos redondeadas montañas, era el enfermo cuerpo de su amada que se había vuelto inverosímil y demasiado ardiente hasta para una infeliz hormiga.
La Beatriz 2017
La Esquina del Muerto
Prólogo
El relato surge a raíz de dos sucesos disímiles en tiempo y lugar, el primero ocurrió en el hospital de Valera, lo recuerdo claramente ya que es de reciente data. Ese día visité un amigo que se encontraba grave en cuidados intensivos donde de por sí entrar es difícil, luego de esperar estoico mi turno seguí un laberinto de pasillos hasta finalmente encontrar la sala, mi primera impresión fue ambigua por no saber distinguir cuál aspecto era más desagradable, si el de la habitación o el hedor a baño público que dominaba el ambiente, allí estaban apretujados doce pacientes enumerados, todos portando máscaras de oxígeno, mi amigo al verme intentó quitarse la suya para llamar la atención, yo me apresuré y lo evité a tiempo, la comunicación no fue muy fluida por no dominar el lenguaje de señas no obstante nos entendimos. Había un paciente en la cama contigua que agonizaba, tenía aquel particular e inolvidable color que lo presagiaba, el amigo estaba al tanto y hubo un momento que se quedó mirándome con aquella lucidez característica de sus mejores tiempos, para indicarme con una seña que su vecino no estaba bien, para ello pasó su dedo índice a lo ancho del cuello en señal de degollamiento o lo que en el argot popular conocemos como “pelar gajo”, no me reí por respeto a la familia del que fallecía pero inmediatamente noté que había razones para pensar que no estaba tan mal después de todo, me despedí esperanzado de que mi amigo superaría esa otra prueba y que incluso lo volvería a ver pero, al siguiente día recibí la infausta noticia de que había muerto, aquello me impresionó tanto que aún reflexiono sobre la última hora y la dificultad de saber con certeza la cercanía de lo ineludible aunque ya no importe. El segundo ocurrió hace tiempo en el geriátrico de Trujillo donde un familiar de un conocido estaba recluido, me comentaba, que en una de sus visitas lo hizo pasar tal vergüenza que tuvo que pedirle que se callara, ya que alguien había fallecido y en el momento que lo sacaban lo señaló frente a todos diciendo ¡Éste no regresa! Misteriosamente una semana después el irónico familiar amaneció inconsciente debido a una paliza que lo llevó al hospital donde finalmente falleció, se hicieron todas las diligencias pertinentes y no hubo culpables. Ambas situaciones se fusionaron –con algunos detalles ficticios- en mi mente dando origen al relato a continuación.
La Esquina del Muerto
A Efidencio B. (+)
Probablemente Efidencio Macho nació en el 87 en algún lugar de Cabimbú, una cadena de montañas parameras donde el trabajo abunda y el frío reina, cuentan que recién nacido lo encontró una pareja de campesinos en un lugar muy alto y alejado, indefenso, envuelto en trapos y en llanto al lado de una cruz que señalaba un entierro; al momento nadie dio razón y decidieron criarlo, darle su apellido, tratarlo con cariño y sin embargo en la adolescencia los abandonó sin dar explicación, causándoles mucho dolor, los detalles de su vida son escasos a excepción de los últimos días.
A los cuarenta y tres años Efidencio mostraba lo difícil que había sido su vida aunque lo negara, era un hombre marcado no sólo por haber sido abandonado sino por las secuelas de pleitos que se buscó, en especial las fallidas puñaladas que irónicamente lo mantuvieron vivo, decían que por esa razón estaba maldito: cubierto de cicatrices, tuerto y manco, nada le impedía ser como era, ni interrumpir su obsesión, para la mayoría era un ser despreciable y sin escrúpulos, tenía la piel tostada por el trabajo de campo, su único ojo brillaba como brasa, de aspecto descuidado, un irreparable analfabeta, por ello buscarle alguna virtud era difícil no obstante hubo personas con quien fraternizó.
Se sabe que tuvo hijos pero el número se desconoce por abandonarlos, jamás los reconoció, al parecer a Efidencio Macho le molestaba vivir con personas que pudieran darle cariño. Cuentan que un día de octubre se encontró con el mayor de ellos un tal Eleuterio Sarmiento, fue algo casual por no extrañarse, su parecido los delataba, el hijo contrariamente era familiar y cortés, se miraron con desprecio, sin reproches, dicen que sólo una pregunta se escuchó al final
- ¿Cuándo te vas a morir?
Fue lo que le dijo Eleuterio a su padre, esto sucedió en la bodega de Bertilio quien dio fe de lo ocurrido
- Efidencio nunca respondió, haciéndose el muerto como le gustaba decir cuando algo no le interesaba
Ambos continuaron libando licor con miel como perfectos extraños hasta olvidar el incidente. Todo el que visitaba la bodega exigía el licor de alambique, en especial el del montañés Sinforiano Contreras que era “fuerte y dañino más que cualquiera” tal como lo señalaba la improvisada marca. Don Sinforiano era un ermitaño que regularmente bajaba de la montaña a vender chimó, chicha y miche, productos que alcanzaron cierta fama al estar basados en antiguas recetas kuikas. La bodega de Bertilio no era muy ordenada, ni siquiera la mantenía limpia, apenas se expendían productos, era una excusa para entretenerse porque gozaba de otros ingresos, allí exhibía una colección de antiguos radios de los que presumía, aun siendo un pésimo coleccionista por conservarlos cubiertos de polvo y moho. Bertilio la heredó de su abuelo que la mantuvo siempre del mismo modo: vieja y descuidada, frecuentada por agricultores que buscaban olvidar sus penas disfrutando a la vez de su compañía, la cual era muy apreciada por ser muy atento y generoso con los tragos. A un lado de la bodega Bertilio tenía la casa familiar que contrastaba con su negocio gracias a la labor de su esposa que la mantenía siempre ordenada y limpia y a la que jamás permitió hacer lo mismo en su negocio.
A Efidencio Macho le decían el muerto no por casualidad, se lo había ganado y le gustaba, cuentan que don Sinforiano fue testigo de un alboroto que se formó en un lugar de la montaña, por culpa de Efidencio al burlarse descaradamente frente a los familiares de un difunto precisamente el día que lo llevaban al cementerio: En el momento que pasaron frente a él comenzó a lanzar sátiras al muerto, uno de los dolientes se le acercó sigilosamente por detrás clavándole una puñalada. Todos fueron testigos y nadie habló, cuenta que todavía herido y tirado en el piso continuaba burlándose entre quejidos hasta que el cortejo se perdió de vista, el único que se apiadó de él fue don Sinforiano que lo llevó a la curandera Dolores antes que se desangrara.
Esa no sería la única vez que Efidencio Macho provocaría un incidente, ya que una vez ebrio le confesaba a Bertilio lo que quisiera con tal de ganarse unos tragos. Una vez dijo que esperó paciente en la esquina de la casa parroquial el paso de un angelito –como le dicen a un niño cuando muere- Bertilio refiere que narraba con cierta morbosidad lo que hizo, y que llegado el momento al encontrarse frente a frente al blanco cortejo, entre el dolor y el llanto ajeno comenzó a burlarse señalando a la pequeña urna, decía que le encantaba la reacción de la gente pero que no se defendía -quizás envidiando al muerto-, esa vez estuvo casi tres meses en cama por los golpes y puñaladas recibidas, incluida la pérdida del ojo derecho no obstante, no dudaba en afirmar que lo haría de nuevo cuando así le naciera. Un día le preguntó el motivo de esa obsesión, decía que no soportaba los cortejos fúnebres, que sentía escalofríos y le temblaba todo el cuerpo si no actuaba de esa manera, se jactaba de que jamás un muerto lo había asustado, pareciéndole una proeza ser el único en burlarse de ellos en pleno cortejo. Al pasar el tiempo Efidencio lo hizo más a menudo a pesar de las palizas que lo llevaron casi al borde de la muerte asegurando, que moriría cuando quisiera no cuando otros lo desearan. Bertilio nunca lo contradijo pensando que se trataba de un loco incurable aunque sentía cierta atracción por su personalidad al conocer parte de su historia y salvo su obsesión y el desapego familiar podía confundirse con cualquier labriego, lo que nunca imaginó fue que esa sería la última conversación con Efidencio Macho.
Ese día amaneció nublado y muy frío en Cabimbú, desde temprano la gente del pueblo se preparaba para enterrar a su párroco, una persona muy querida y apreciada, y por quien Efidencio sentía un odio muy particular. Fue un cortejo fúnebre digno de un cardenal, con carroza, flores y muchas coronas, sin dejar a un lado la música sacra en vivo que la acompañaba, había venido gente muy importante de la capital pero nada de esto pareció importarle a Efidencio que esperó con ansia en el lugar acostumbrado. Llegado el momento comenzó a rezar una oración improvisada donde narraba las supuestas andanzas del párroco, insinuando que había sido un buen padre como él, burlándose además de los favores que hizo, todos prácticamente estaban preparados para tales insultos, excepto una persona que resultó ser un antiguo asesino que había cumplido condena y a quien el párroco hizo entrar en razón hasta reencontrarse consigo mismo, en retribución se había integrado al voluntariado de la iglesia, aquel hombre no lo tomaría con resignación, poseía un reflejo dormido, fue tal su impresión al ver cómo ofendía la memoria del párroco, que despertó en él su más bajo instinto olvidando la poca dignidad que le quedaba. Como experimentado en el arte de matar esperó a que todo pasara, horas incluso, hasta forzar un mudo encuentro asestándole dos mortales puñaladas.
Efidencio agonizaba en el ambulatorio, finalmente se cumpliría su predicción o tal vez se trataba de algo fortuito, como quiera que haya sido no había vuelta atrás no obstante, no mostraba ningún síntoma de arrepentimiento, algunos especulaban sobre la ausencia de dolor otros aseguraban que aprendió a soportarlo y otros que hasta deliraba. A pesar del estado en que se encontraba creyó no estar solo, figuradamente otro también agonizaba, parecía estar frente a él retándolo como un reflejo, se encontraba envuelto en trapos y acurrucado como bebé en un largo mesón, tenía el rostro cadavérico y el ojo derecho como brasa, no se quejaba, era alguien semejante que le causaba una extraña sensación, pensó que era igual de irresponsable, igual de insensible, estaba seguro que el desconocido moriría primero, se notó en su semblante minutos después al comprobar que se había equivocado pero, algo diferente ocurrió, sintió miedo y hasta suspiró, y por primera vez no tuvo escalofríos ni temblores, ni siquiera al sentir segundos antes el abrazo de su propia muerte.
En el cortejo fúnebre fueron pocos los dolientes, dicen que al pasar por la esquina de la casa parroquial –ahora llamada esquina del muerto- la mayoría de sus hijos estaban presentes, esperando ver por primera y última vez aquel féretro, sin llorar ni sonreír, sin rencor. Su último deseo que curiosamente se cumplió, fue ser enterrado sin cura ni rezos en el mismo sitio donde lo abandonaron. Tiempo después circuló un rumor en Cabimbú de que la última burla de Efidencio Macho se la había dedicado a su verdadero padre.
Fin
La Beatriz 2017
Adalid
Lo raro es que el Secreto no se haya perdido hace tiempo; a despecho de las vicisitudes del orbe, a despecho de las guerras y de los éxodos, llega, tremendamente, a todos los fieles. Alguien no ha vacilado en afirmar que ya es instintivo.
Jorge Luis Borges (1899-1986)
“La secta del Fénix”
A Crystal Pérez Winter, a su memoria
A la hora convenida se congregan en traje formal preferiblemente turbio. En medio de un ambiente encarecidamente acicalado, habitualmente; en la morada del adalid la penumbra, las cortinas echadas y los postigos entornados son imperativos, al igual que el susurro, salvo, que la secta fuese en zonas de Latinoamérica, África o la Península Ibérica. A los íntimos se le saluda con solemne ademán estribando la confidencia que el adalid haya dispensado a veces –contadas- foráneos hacen lo propio. Fuera de la morada habitualmente los íntimos hacen grupo aparte lógicamente, a posteriori siendo la sensatez extremadamente pertinente. El adalid jamás susurra, es tal su distintivo que aludirlo produce vértigo, impresión, ira y en casos extremos: Jurar en arameo. El tiempo limita la secta, el tiempo al adalid no lo domina, lo veraz, es que nadie supo de él siendo vox populi su lugar. Unos piensan irremediablemente que ha muerto, otros juran haberlo visto en lugares comunes. La pérdida ha hecho que unos le rindan culto y otros lo impugnen. Declaran a media página anhelando la secta, soslayando, la mayoría.
En ciernes el hábito cristiano era congregarse quince días ulterior a la última secta -el adalid era visto una vez, que era su última- aquel código consuetudinario quedó atrás supliéndolo el libre albedrío. El rabino de los israelitas verbigracia, no se aleja del adalid hasta no verle más, dicen, que en la recitación del kadish los minián –diez judíos- habitúan cubrirse la cabeza en la sinagoga, y en la morada. La secta puede haber sido pagana: Algunas tribus primitivas como los Kuikas soslayaban por todos los medios vocear su nombre, utilizando -a despecho de ágrafos- un creído eufemismo: El perdido. Desdicen erradamente que para las sectas venezolanas acicalar se ha vuelto inverosímil.
La Beatriz, 2015
Terra Patrum
A mi hijo
Quién iba decir que aquel carajito llegaría tan lejos: El hijo mayor de don Urpiano y doña Elena, no como político enfilado en una junta comunal, o de panegirista en un frente de raigambre apodo, sino como Astrónomo. No hacía mucho que el careto Hilario recostado en el césped con los brazos tras su cabeza, contemplaba las estrellas en las noches sin neblina. El vivir alejado de la ciudad tenía sus ventajas, una era el apreciar mejor el firmamento evitando la contaminación lumínica (1). Era costumbre de los habitantes salir con abultadas ruanas (ponchos) en las noches y al lado de brasas departir hasta altas horas si lo permitía el álgido clima. Cuestión que aprovechaba Hilario para soñar despierto. A Hilario Antonio lo criaron sus padres como cualquier joven pueblerino: Asistiendo a clases por la mañana y dedicado a labores agrícolas por la tarde, alejándolo lo más posible del licor, las drogas y la juerga con fogosas amigas, tenía las mejillas rosadas y su colonia era el ahumado de las brasas. Vivió junto a su familia en pleno páramo, en un caserío bautizado apropiadamente como frío, donde reinaba el silencio que perturbaba el riachuelo y la brisa que ascendía entre las montañas. Generaciones de agricultores lo habitaron, desconociéndose el origen del caserío empero con vestigios indígenas que lo delataban. Constituido por contadas casas hechas de bahareque, adobe y piedra separadas por expuestos precipicios. Con una bodega –la única- atendida por el señor Bertilio Bermúdez. Una improvisada capilla en un depósito adjunto al negocio permitía al cura citadino cumplir con sus obligaciones domingueras. El sitio igualmente servía para otras funciones: Era acondicionado como escuela además de acopiar urnas de futuros difuntos.
Los sábados los agricultores iban a los pueblos aledaños a comerciar sus productos, varias veces don Urpiano -cuando lo permitían sus piernas- bajaba junto a su hijo mayor a hacer lo propio –el menor prefería dormir- hasta el día que Hilario culminó sus estudios. Debía partir a seguir con su formación si querían que progresara. En el caserío todos se dedicaban a la siembra de hortalizas y era costumbre que los padres ya octogenarios, la legaran a sus hijos; empezando por el primogénito empero don Urpiano y señora planeaban otro porvenir para Hilario, aconsejados por un maestro de escuela y contraviniendo la tradición, decisión nada fácil. Fueron muchas noches de conversación entre los no tan jóvenes padres, les costaba hacerse la idea de separarlo de las labores de campo, a pesar de contar con otro hijo empero renuente a todo. Lo hicieron pensando en su futuro, uno diferente. Su otro hermano prefirió el camino fácil, el alejado del trabajo honrado. Don Urpiano desde joven presentó problemas de salud que le impedían concluir con propiedad las labores que le eran propias y su mujer se dedicó más a él que a los quehaceres.
Hilario desde joven y con mucho pesar por sus padres se fue a estudiar a la ciudad prácticamente forzado por éstos. Su maestro del que no perdía contacto lo recomendó para una beca que lo mantuviera hasta el final de sus estudios, y así culminar la carrera que tanto le gustaba: Astronomía. Todo lo propició Pedro Pirela quien descubriría en el joven Hilario un talento innato y asombroso para la observación y el análisis en especial el del firmamento. Hilario se creó fama por su ingenio demostrado tanto en la escuela como en el trabajo. Cuentan que un día el maestro interrumpió bruscamente la clase por el sonido que emitieron algunas urnas, creando zozobra entre los alumnos. El docente sin inmutarse explicaba, que había una respuesta lógica para eso y los indujo a buscarle solución. La mayoría de los alumnos hicieron caso omiso empero al joven Hilario no se le olvidó aquel incidente e investigó. Un día cuando pensaban que todo había quedado atrás, entra a la clase muy confiado mostrando a los asombrados compañeros su versión reflejada en una lámina. Explicaba -como alguien ducho en la materia- que la madera se encogía –contraía- en las frías noches y se estiraba –expandía- en el calor del día debido al aumento y disminución de la humedad o cantidad de agua que ésta absorbía. Demostrándole a varios compañeros que no habían sido fantasmas o cualquier otro encantamiento.
El maestro vivía en una ciudad ubicada a siete horas del caserío, trayecto que se cumplía caminando, a lomo de mula o a caballo. Era un camino escabroso y empinado, lleno de frailejones y grandes rocas que impedían el paso a cualquier todoterreno. Pirela se encargaba de dictar los grados en la escuela unitaria, era un maestro actualizado tanto en idiomas como en computación -dominaba el inglés, algo de francés y entendía de programación básica: Ms Dos, Basic entre otros- además de ser buen lector. Nunca se negó –como acostumbraban algunos recién graduados- impartir enseñanza en aquel caserío tan lejano y difícil. Subía la montaña los lunes y bajaba los viernes después del sancocho que le preparaban los padres de sus alumnos. Era una manera de retribuirle lo que hacía por sus hijos: Una semana el maestro se residenciaba donde los Seijas, otra donde los Mendoza y así sucesivamente hasta compartir con todas las familias. Pirela le proporcionaba libros y revistas a sus educandos, la mayoría hojeaba el recurso empero el precoz Hilario los devoraba y ponía en práctica, sobre todo los referidos al cosmos. Asimismo cuentan que el audaz alumno construyó su propio telescopio usando cinco objetos: Dos viejos lentes que encontró en una maleta, una cartulina, tres ligas y un trozo de cinta adhesiva que le facilitó Bertilio. Con el tiempo el joven Hilario observaba el firmamento ya no por simple curiosidad sino ubicando estrellas y puntos cardinales. Por ese entonces un centro de enseñanza superior promovía la idea de hacer llegar libros a las escuelas rurales, sobre todo las de difícil acceso que no contaban con biblioteca ni electricidad. El maestro aprovecha la información y hace el trámite correspondiente. Los alumnos finalmente accedieron al singular servicio: Era una biblioteca ambulante que llamaban Bibliomula. Era una bestia guiada por un joven que hacía las veces de bibliotecario y arreador, el animal llevaba la carga en portalibros de cuero cuidadosamente enrollados en sus costados; el servicio permitía sólo pequeños y medianos formatos. Subía la montaña dos veces por semana. Era todo un acontecimiento su llegada: Los inquietos alumnos -con la anuencia del arreador- no intercambiaban sólo libros sino que se turnaban para pasearse en el lomo del cansado animal. Hilario no obstante no participaba en el inocente juego sólo le interesaban los libros, le parecían algo serio. Su trato con el bibliomulero era diferente y poco a poco fue ganándose una reputación como excelente estudiante, superando las expectativas y llenando de orgullo a sus humildes padres y vecinos de Frío.
Al concluir los primeros estudios el maestro Pirela junto a la promoción, programan una visita al observatorio astronómico cercano al caserío –a dos horas de la ciudad-. Los sorprendidos jóvenes una vez en el sitio se mostraron atentos a la explicación del encargado, quizás -según algunos- por el mural y las diversas fotografías del espacio exterior que servían de referencia. Hilario junto a otros colmaron al guía de preguntas referidas a: ¿Cuánto tiempo llevó la construcción del complejo?... ¿Qué requisitos se necesitaban para trabajar allí?... ¿Qué descubrimiento se había hecho? Y ¿Cuánto tiempo llevaba estudiar astronomía? Llevándose una decepción el joven aspirante, al saber que tal carrera no existía en el país. No obstante Hilario tenía entre ceja y ceja un futuro con el firmamento, y no dejaría pasar esa oportunidad que le facilitaría hacer de un sueño, una realidad. El guía lo orientó sobre una carrera que lo acercara al estudio de los astros: La licenciatura en Física, profesión a la que finalmente optaría.
Cinco años le llevó a Hilario obtener su título de pregrado empero no sería suficiente, si quería hacer algo importante debía especializarse, profundizar en ese campo y escogió física fundamental. Postgrado que no tuvo problemas en culminar con alto rendimiento hasta alcanzar el doctorado. Ya con éste último aunado al historial estudiantil le asignan una vacante en el complejo donde alguna vez asistiría junto a sus amigos del colegio. Hilario siempre recordaba una de las preguntas que hiciera en aquella oportunidad, la referida al descubrimiento ya que fue la única que no argumentó el guía. El complejo aún esperaba por tal acontecimiento hasta que años después un martes treinta de mayo el hijo de don Urpiano y de doña Elena hace un hallazgo equiparado a cualquier otro de relevancia mundial en ese campo.
A Hilario lo entusiasmó desde la época escolar la teoría de Faetón y la sucesión de Fibonacci (2) que leería una y otra vez en revistas muy interesantes que le facilitaba el maestro Pirela. Tema que posteriormente llegaría a ser parte importante en sus tesis de postgrado. Faetón era un planeta hipotético alojado entre las órbitas de Marte y Júpiter que obcecadamente comenzó a escudriñar Hilario nomás llegar al observatorio. Para ello dedicó tres años utilizando el telescopio Doble Astrógrafo y la técnica de rastreo –Drift-scan-. Grabando los movimientos –órbitas- de 102 objetos cercanos a Marte. Cotejando los resultados en simuladores por ordenador del departamento de cómputo y procesamiento digital, y así poder apreciar la fuerza gravitacional del hipotético planeta.
Logrando descubrir entre las órbitas de Marte y el cinturón principal de asteroides, la presencia de un cuerpo que no aparecía en los mapas estelares ni en las guías de observación astronómica. Había permanecido oculto entre esas órbitas, promediándolo a dieciséis meses de distancia –seis más de los que tardó curiosity en llegar a Marte-. Al principio lo confundió con el planeta rojo, luego con el enano Ceres del cinturón principal de asteroides, descartando tal idea por la posición astronómica, y el espectro de luz que reflejaba. Seguidamente le observó el campo cromático –huella digital de los planetas, producida por el reflejo del sol en una de sus caras- con el espectrógrafo del telescopio reflector. Arrojando similares emisiones a Marte aunque de menor masa. Al no tener dudas y después de hacer la consulta de rigor a la Unión Astronómica Internacional (UAI), lo nombra H30MAY –donde la H representa la inicial del descubridor y 30May el día y mes del hallazgo-. Luego realiza los trámites para su publicación en una revista especializada y de renombre.
Al tiempo se entera que la NASA a través de La Mars Science Laboratory (MSL) planeaba enviar una sonda espacial –Terra1- basándose en la información que proporcionó en su artículo de ciencias. La NASA al utilizar telescopios más avanzados, logra observar con un margen de error de 55 por ciento –el de Hilario era de 65- mayores posibilidades de habitabilidad planetaria de H30MAY que su vecino Marte.
La sonda espacial Terra1 luego de trece meses y quince días logra aterrizar en H30MAY. Comenzó enviando las primeras imágenes de la superficie del planeta a través de dos satélites artificiales similares a los que orbitan el planeta rojo. Revelándose un desierto helado con agua congelada en los polos. El robot luego de seis meses de reunir datos a través del SAH –Análisis de muestras en H30MAY- logra mostrar a los ansiosos investigadores parte de la constitución del mineral presente en la superficie. Al diluir el polvillo se transforma en un gel traslucido, ligero, estable y resistente al laser. No les tomó mucho tiempo a los del programa aeroespacial pensar en la posibilidad de enviar una segunda nave empero tripulada.
Terra2 llevó dos años de construcción, período que incluyeron las pruebas y los cálculos correspondientes hasta el ansiado día: Un catorce de diciembre del año 26 a las 11.02 am despega Terra 2 rumbo a H30MAY. La tripulación -seis en total- integrada principalmente por tripulantes de la estación espacial internacional (EEI) no tuvo mayores inconvenientes en alcanzar el planeta los primeros días de enero del 28. Descubren que lo orbitan cuatro satélites naturales apenas perceptibles. Descubren que el relieve era parecido al de Marte empero con menor gravedad, e infinidad de cráteres formados por el impacto de meteoritos. Una atmósfera enrarecida debido a las altas concentraciones de dióxido de carbono, argón, nitrógeno y monóxido de carbono impedía la proliferación de vida dando al traste con las aspiraciones de la MSL. La abundante arena resultó ser tanto en color como en forma, similar al cemento. Las pruebas areogràficas que hicieron en situación de ingravidez arrojaron resultados asombrosos: Su constitución, rica en feldespato y olivino -típico de suelos volcánicos- estaba mezclada con diversos minerales ajenos a la tabla periódica. El gel resultó inodoro e incoloro además de presentar alta resistencia al fuego y a otros elementos. Al comunicar los resultados, decidieron -descartando cualquier tipo de contaminación- trasladar parte del material. Para aumentar el tonelaje aliviaron la nave dejando sólo lo imprescindible para el reingreso.
Ya en el planeta Tierra ahondaron las investigaciones logrando importantes avances. Se descubrió que al mezclar la arenilla con otros líquidos -como el alcohol, yodo o ambos- reaccionaba variando el color, el grado de dureza y resistencia. Por los alcances del descubrimiento a Hilario –ya con esposa e hijos- lo colman de condecoraciones. Los gobiernos programaron más viajes hacia el nuevo planeta buscando el preciado mineral que resultó ser innovador en diversos campos: En ingeniería de construcción, mejoró la fabricación de estructuras, haciéndolas más fuertes y resistentes a sismos. Alcanzando grandes alturas y distancias verbigracia rascacielos y puentes.
En aeronáutica, a los aviones se le modificó el fuselaje y sus motores fueron sustituidos en su totalidad por piezas hechas con un derivado del mineral extraterrestre, abaratando los costos en general. En medicina, se elaboraron prótesis siendo más livianas e irrompibles. En el campo de la exploración marina, se alcanzó el punto más profundo de la fosa de las marianas con naves tripuladas: El abismo challenger. Los trenes igualmente aumentaron la velocidad y la capacidad de pasajeros. No había un campo donde el nuevo mineral no mejorara las condiciones de vida.
Pero tal avance no llegaría allí. Los investigadores quisieron aplicarlo a la genética y por ende al desarrollo de la vida, logrando finalmente la gragea milagrosa. En pruebas con animales de laboratorio, el compuesto curó diversos tipos de cáncer. Después de un largo período de pruebas se intentó con humanos. Los resultados no se harían esperar, la expectativa de vida aumentó más allá de la media empero había que pagar un precio que muchos -entre los que se contaba el ya octogenario Hilario- no estaban dispuestos a pagar. La gragea milagrosa estaba contraindicada para el recuerdo. Aquellos que desearan curarse de algún cáncer debían renunciar a su historia y la de sus ascendientes esa era la condición sine qua non. Al ingerir la cápsula el paciente reaccionaba perdiendo la capacidad cognitiva, como una tabla rasa o un formateo de un disco duro. La mayoría se animó no obstante algunos como Hilario decidieron una muerte natural conscientes hasta el último suspiro de quiénes los habían traído al mundo.
El pueblo de Frío continuó creciendo lo suficiente como para disfrutar de todos los servicios –electricidad, agua potable, internet, transporte, turistas, contaminación, una digna escuela, etcétera-. Los campesinos continuaron las mismas labores heredadas a pesar de la comodidad. Por eso el pueblo conservó casi intacto: Sus sueños, la memoria, y el silencio. Su realidad. A la que tampoco renunciaría el ya no tan joven descubridor, sólo el antiguo depósito continuaba acopiando lágrimas entre las que se contaron las de Urpiano y Elena –uno siguió al otro con dos años de diferencia- Hilario continuó explorando el cosmos empero no volvería a hacer otro descubrimiento hasta finalmente jubilarse. De vez en cuando seguía la brisa de la montaña impulsado por sus recuerdos, la Terra Patrum. Y recostado en el césped observaba el firmamento con la misma curiosidad que cuando niño empero ésta vez junto a sus nietos. El maestro Pirela con quien Hilario mantuvo contacto hasta poco después de graduarse falleció octogenario. Sus últimos días que nadie recuerda los pasó enfermo de los nervios, balbuceando trozos de clases a oyentes imaginarios, maldiciendo de vez en cuando al gobierno por el alto costo de la vida, por las caras medicinas, así no fueran milagrosas.
1.- Cuando una ciudad emite la luz hacia el cielo, ésta se refleja en la atmósfera limitando la vista del firmamento.
2.- Tenía la extraña idea de hacer coincidir el patrón con el hipotético planeta: Mercurio (1) Venus (1) Tierra (2) Marte (3) Faetón (5) que incluían los satélites.
Al intentar enumerar cronológicamente algunos títulos que he hojeado, buscando algún referente al petróleo nacional, comienzo por un editorial del diario “Ahora” titulado “Sembrar el petróleo”, escrito en julio de 1936 por don Arturo Uslar Pietri (1906-2001), seguido de las obras: “Mene”(1936) y “Casandra”(1957) de Ramón Díaz Sánchez (1903-1968), Sobre la misma tierra (1943) de Rómulo Gallegos (1884-1969), Guachimanes (1954) de Gabriel Bracho Montiel (1903-1974) y “ Oficina número 1” (1961) de Miguel Otero Silva -MOS- (1908-1985) entre otras no menos importantes obras. Todas refieren el tema desde diferentes perspectivas por ende, la reseña a continuación no pretende andar sobre terreno inexplorado, es el resultado sí, de la imaginación del autor que roza –a veces- con la realidad; la mayoría de los nombres, personajes, fechas y lugares son ficticios -al menos, eso se pretende- con la excepción de los artistas que se mencionan y de algunos lugares perfectamente reconocibles. El hecho de ser hijo de empleados de la antigua Shell (mi padre fue obrero petrolero y mi madre enfermera) y haber nacido en Rancho Grande (Hospital de la Creole, hoy Clínica Norte), ubicado en un campo petrolero del hoy Municipio Lagunillas del Estado Zulia, donde viví feliz junto a mi familia el corto espacio de seis años, me permite elucubrar en el tiempo y el espacio de aquellos asoleados, cortos y memorables años olorosos a petróleo, a gases de los mechurrios y al sonido inconfundible de balancines.
Menes de Agua
A mis amigos invisibles
Creo que era la una de la tarde de aquel febrero del
35 ò 36 –ignoro el día y dudo del año- cuando atracó el “Willem van Oranje”-
bautizado en honor al entonces príncipe de Holanda apodado “El Taciturno” (1227-1256)- en la zona occidental de la península
de Paraguaná procedente de los países bajos. Cargado de expertos -obreros,
técnicos y perforadores- de la Royal
Dutch Shell –famosa compañía Holandesa fundada en 1820- contratada por el
gobierno para explorar y explotar petróleo en la costa oriental del lago de
Coquivacoa. Entre los trabajadores descollaba el joven Jean Manfredszoon Deterling
Fabritius, técnico hidráulico autodidacta; pelirrojo holandés de veinte años, oriundo
de la ciudad amurallada de Leiden -cuna de la famosa escuela de artes y de grandes
maestros de la pintura entre ellos, Rembrandt
Harmenszoon Van Rijn (1606-1669)-, ubicada a cuarenta kilómetros de su
capital Ámsterdam. De su madre Cornelia Fabritius comentaban que era pariente
del carpintero, aventajado y desgraciado pintor Carel Fabritius (1622-1654) -quien muriera muy joven al explotar un
depósito de pólvora en Delft, considerado por algunos entendidos como el mejor
alumno de Rembrandt. Carel a su vez fue maestro de otro no menos famoso
artista: Johannes
Vermeer van Delft (1632-1675), el de la luz líquida-. Dicen que el joven Deterling
heredó de su padre la destreza en el manejo del cauce de aguas de su natal
Holanda, aprendizaje fortuito -si se quiere- derivado de las constantes
inundaciones en esas latitudes. Deterling desde niño complementó –de manera
empírica- lo aprendido por su padre Manfred mediante la simple observación, optimizando
el proceso para la rápida elaboración de muros de contención, añadiendo capas
de diversos materiales asimismo, drenando humedales gracias a la energía eólica
que le proporcionaban los molinos de viento; los mismos que el afamado pintor
Rembrandt perpetuara en sus dibujos y pinturas, rememorando el paterno.
A estos trabajadores del viejo mundo, compañeros de
Deterling, les llamaría la atención -por lo familiar- aquel pequeño pueblo flotante,
levantado en parte sobre palafitos y fundado por indígenas de las recias etnias
Caribe y Caquetìo mucho antes de la
venida de los conquistadores. Las primeras viviendas fueron construidas sobre
bases de madera (estacas) profundamente enterradas y colocadas a una altura aproximada
de 2,5 a 3 mts sobre el nivel del terreno, en cuyas paredes atravesaban
horquetas de caña, entrelazadas con bejucos, y cubiertas con palma. El “menes” brotaba naturalmente y los
indígenas lo utilizaban en diversas tareas: Sellar los boquetes de las canoas,
pegar herramientas, preparar ungüentos medicinales, prender antorchas,
etcétera. Muchas de estas técnicas fueron copiadas por los extranjeros, en
especial, los piratas franceses e ingleses que acostumbraban a cruzar el mar
Caribe cometiendo toda clase de fechorías y donde la entrada al gran lago les
pudo haber servido de guarida a sus enormes embarcaciones. El espeso líquido les
servía para taponar sus golpeados buques. Una de las primeras reseñas que se
han hecho, con respecto a este hidrocarburo, la hace el colonizador e historiador Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557)
en 1535 en su obra “Historia Natural de las Indias, Islas y
Tierra Firme del Mar Océano”, denominándolo “Stercus
daemonii” quizás por el fuerte olor que expelía aunado a las propiedades
inflamables que presentaba.
A Deterling,
junto con los demás ocupantes del navío se les asignaría la encomiable labor,
de colaborar en la construcción de un rompeolas anexo a un gran dique que recorría
paralelo al lago Coquivacoa 47 km, forzándolo -literalmente- a recular y así
darle paso al progreso petrolífero que nacía en aquel pueblo de aguas. Con el
tiempo, la explotación trajo consigo, la contaminación del lago, producto de
filtraciones y derrames, algunos accidentales y otros no tanto, acumulándose
una gelatinosa capa oscura de aceite y gases; que se distribuía tanto en la
superficie como debajo del lago, rodeando peligrosamente al frágil pueblo ubicado
sobre una plataforma de madera, cuyas casas parecían –vistas desde arriba- como
fichas de dominò recién barajadas. Así convivieron, quizás por la necesidad de
trabajo y techo; muchas familias venidas desde diversos puntos del territorio
nacional, donde muchos dejaron el sombrero de cogollo y la atarraya por el
casco de seguridad; ya no eran agricultores ni pescadores sino obreros con
deseos de superación. El pequeño pueblo palafitoide enfrentó –incluso- varias
veces, conatos de incendios que fueron sofocados. Al no tomar medidas
preventivas, la bomba de tiempo estalló. Cuentan que la noche del trece de
noviembre del 37, a un lado del bar plata 2, corrió como pólvora, la llama de
un mechurrio por las trescientas casas, incendiando todo lo que encontraba a su
paso y llenando el ambiente de un humo negro, que esta vez, auguraba resultados
funestos para todos.
Después de aquel trágico
suceso -que aún se recuerda con tristeza- surgió entre aquellas cenizas -como
el ave fénix- una nueva y pujante región petrolera llamada menes de agua. Dicha
población está protegida por aquel muro, cuyo anexo ayudaran a construir y
reforzar aquellos especialistas venidos de lejanas tierras. Sobre ese gran lago
se construyeron torres, que como árboles surgidos de un bosque de metal,
continúa extrayendo el oro negro por entre sus raíces, hasta hacerla llegar, a una
tierra ya. No tan firme.
La explotación del primer
rubro nacional junto al naciente sincretismo, hicieron avanzar exponencialmente
en lo social, cultural y económico al pueblo de menes. Con el tiempo, la extracción masiva necesitó de mano de obra calificada –extranjera- que instruyera –en principio- a los
nacionales en el manejo de nuevos métodos de trabajo y al mismo tiempo, formara
a los futuros gerentes y técnicos que requería la industria para el uso de las nuevas tecnologías -maquinarias y equipos-. Esto era lo que se
esperaba, no obstante, el gobierno, muchas veces se vio en la necesidad de intervenir
-dado el celo de algunas trasnacionales- enviando jóvenes profesionales a
perfeccionarse en otros países, muy a pesar, de la férrea oposición de algunas empresas
extranjeras, que pensaban -a futuro- en la merma de sus intereses económicos; disminución
que de hecho y en justicia fueron objeto, tiempo después. A pesar de esta
circunstancia -casi del común en los inicios de toda nación petrolera, donde
cada parte defiende su posición- tales empresas jugaron un papel importante, ayudando indirectamente a la naciente empresa
petrolera a ser cada vez menos dependiente, no obstante, la tecnología de punta que
abaratara los costos de
la extracción, mejorara la calidad de
producción, hiciera efectiva la comercialización y al mismo tiempo, redujera significativamente el impacto en el medio ambiente, no
se conseguía en su totalidad -por cuestiones obvias- en el territorio nacional.
Algunas de esas empresas
trasnacionales fundaron en el pueblo de menes de agua escuelas, hospitales,
servicios públicos, etcétera. Entre esos estaba el Instituto de idiomas
modernos UVW, creado con el fin de integrar a los habitantes del pueblo con los
extranjeros y viceversa -más que todo lo hicieron, con la intención de hacer más
fluida y por ende efectiva la relación obrero-patronal- Dicha institución
contaba con tres turnos a saber: Mañana, de 7:30 a 11:30, Tarde, de 2:30 a 6:30
y Noche: de 7:00 a 9:00 PM, adaptados a los diversos horarios laborales de sus
habitantes. En su plantilla profesoral se encontraba una señora alta y delgada de
nombre Saskia Stoffels holandesa de nacimiento que acostumbraba a usar unos
diminutos lentes redondos que escondían parcialmente lo que aparentaba ser un triste
semblante; detrás de la cabeza llevaba un ordenado moño que recogía una rubia
cabellera; disimulaba muy bien su acento, encargada de dictar los cursos de
español-holandés que se impartían desde hace dos años. Al joven Deterling
deciden prorrogarle su contrato, debido a su notable destreza, mientras que a
la mayoría de sus compañeros, los regresan a su patria al caducar los mismos
-era costumbre ver salir y entrar extranjeros del pueblo- Deterling decide
perfeccionar su inentendible acento españholandés, y se inscribe en uno de los
cursos que dictaba la academia UVW, a la que asistían algunos parroquianos, entre
ellos, una joven mestiza, Caribe-Española, de nombre Naylù del rocío Acedo Adaure
(Ave) –aunque sus padres le decían Guacoa, que en el extinto idioma Caquetìo
significaba ave de cacería y/o paloma- de 18 años, aparentando 22, abundante
pelo negro azabache, grandes ojos violeta y cuerpo de miss, hija de un Canario
natural de Tenerife de nombre Airam Acedo y de una bella indígena Caquetìo de
nombre Guari (abeja) Adaure. Cuentan que Naylù quedò huérfana a raíz de la
tragedia del 37. La joven, acostumbrada e indiferente ante las curiosas miradas,
por primera vez le incomodaba la de aquel extranjero que no disimulaba la
impresión que le produjo aquella aparición. Al voltear, cruzaron las miradas, el
contacto -entre esos mundos- no les permitió ni siquiera moverse o gesticular
algo, sus bocas se volvieron pesadas, torpes e inoperantes, sus miembros
-brazos, piernas y demás- ya no les pertenecían, no podían desviar los ojos,
sus extrínsecos ya no eran voluntarios. Los testigos silenciosos -casi al
unísono- entendieron lo que acontecía en aquel frío salón, con aquellos jóvenes,
Deterling haciendo un esfuerzo, decide dar el primer paso, para impresionarla:
¡Goede middag missen! (buenas tardes señorita) –saluda en perfecto holandés- la
joven con pícara sonrisa, arruga el entrecejo mostrando desconocimiento, al mismo
tiempo, mira a la instructora que se encontraba a su lado, haciéndole señas con
las manos. Era la afligida profesora Stoffels, que enseguida toma la palabra y
responde igualmente mirando a su interlocutor: “In het Spaans alsjeblieft” (en
español por favor). Deterling disimula dirigiéndose hacia la hermosa joven,
tratando de usar su torpe español y dice: ¡Quierro buenas tardes decir, gracias!
Al mismo tiempo voltea a ver a la docente y le expresa: ¡Het spijt me, mevrouw!
(lo siento, señora). La señorita Stoffels, sonriendo y negando con la cabeza
mientras cruza los brazos le dice: Maak je geen zorgen (no te preocupes), al
mismo tiempo, preguntaría con curiosidad, al parecerle familiar el acento del
joven: ¿Waar kom je vandaan? (de
dónde eres) -preguntaría de pronto- ¡Leiden!
–diría el joven, emocionado- ¡O mijn geliefde Leyden! (Oh, mi amada Leiden) -diría con nostalgia la instructora- La
profesora Stoffels era oriunda de Leyden
y fue contratada por la trasnacional Bhell para impartir clases de idiomas -todo
se debió a un aviso que publicara en The
Telegraaf, unos meses antes, ofreciendo sus servicios de traductora- De
raíces católicas y artesanales, única hija dominante entre tres hermanos, soltera
y entrada en años. Su padre, Frans Stoffels junto con el hijo mayor, de nombre Titus,
compartían ganancias en un negocio de panadería; por otra parte, el hijo menor
de los Stoffels se hizo zapatero, siguiendo la tradición de su abuelo materno,
siendo la excepción de la regla, miss Stoffels que, enamorada del español,
decidió seguir la carrera de idiomas en la antigua Universidad de Leyden, aprovechando, que la familia pasaba por un
buen momento económico. Un ejecutivo de la famosa empresa (Bhell) de nombre
Pieter Honthorst, al leer el clasificado, decide contactarla e inmediatamente
le ofrece un jugoso contrato, y sin pensarlo dos veces, la desdichada
traductora decide, dejar su cómoda casa flotante ubicada a un lado del viejo Rin
(Rijn) y también -cuidado sino el
verdadero motivo- aprovechar para aliviar un poco, aquel doloroso recuerdo que la
atormentaba, la trágica muerte de su prometido, quien horas antes la había
pedido formalmente en matrimonio. Cuentan que aquel 18 de febrero del 89 se
escucharía un estruendo en la ciudad-llave, como también se le conoce a la urbe
de Leyden. Un barco cargado de
pólvora y aparcado clandestinamente al este del canal de Rapenburg, fue el causante de la tragedia. Entre las decenas de
víctimas de la explosión se encontraba el infortunado novio Nicolaes Weenix,
alcanzado por las metrallas -trágico suceso, similar al infortunio de Carel Fabritius años atrás-. Fue un
duro golpe para la ciudad, toda vez que muchas familias quedaron huérfanas y desconsoladas como el
caso particular de la señorita Stoffels, quien marcada para siempre, nunca
desprendía de su lado, un fragmento de una leyenda del Rin, escrita en 1832 por
el poeta alemán Heinrich Heine
(1797-1856). Copio una estrofa:
“(…)
No puedo descifrar, el antiguo sentido,
De un dolor sin nombre, que
me ha perseguido,
Cuento, un cuento, de
tiempos pasados,
Que como un remolino me
hunde y persigue (…)
La pasión de aquel encuentro bilingüe le traería recuerdos
a la señorita Stoffels. Eran los jóvenes Jean y Naylù cuya relación comenzaría,
desde el mismo momento en que cruzaron las miradas, sensación que se volvería a
repetir con más frecuencia, surgiendo una relación y un entendimiento -donde
fue clave la intervención de miss Stoffels- que terminò en matrimonio, siendo
la traductora la -ahora alegre- madrina. La joven pareja decide probar suerte
en la naciente región petrolera donde Deterling laboraba pero, en vista del desempeño
obtenido, sumado al hecho de la familia que recién empezaba, es ascendido al
área de mantenimiento dependiente de la gerencia de diques y canales del muro
de menes de agua -con contrato extensible hasta por un año; el antiguo acuerdo
era hasta 6 meses con opción a prorroga-; encargándose como jefe de escuadra, de
supervisar: Los diques interiores, los canales de aguas pluviales y las
estaciones de reciclaje. Por intermedio de la compañía logra hacerse de una
módica vivienda refrigerada, ubicada en un campo petrolero, compuesta de dos
cuartos, una salita de estar, un espacio donde colocar la biblioteca y el comedor.
Entre la distancia que había desde la casa y la cerca de su frente, la joven
esposa acomodó unas rosas rojas cuyos retoños, venía atesorando en recuerdo de
sus padres. De aquella relación nacería un hijo varón de tez trigueña y pelo
rojo ensortijado, hiperactivo, de nombre Manfred Tercero Deterling Adaure, pendiente
de todo lo que acontecía en su pequeño mundo, experto escudriñador –apodado por
su mamá, registròn- Cuentan que en una de esas exploraciones creyó ver dentro
de un closet una aparición vestida de un blanco brillante que le recriminaba el
revisar lo que no era suyo, nunca se supo si fue sueño o realidad. Su casa de
árbol o escondite secreto –como lo llamaba- era el techo de su humilde pero
cómoda morada, orgulloso dueño de dos animales –desde un principio- enemigos
acérrimos: Un atlético y peludo gato,
blanco y negro de raza angora, traído de las lejanas mesetas de Turquía
-obsequio de un viejo amigo viajero, a su padre- llamado minino
y un fornido pastor alemán que cual fiero y armado vigilante, custodiaba la única entrada, de
aquel sitio secreto donde pasaba horas planeando travesuras. Se dice que una
vez y con sólo cinco años había decidido –sin permiso- ir al cine que quedaba a
cinco cuadras de su casa y muy cerca de su escuelita, después de horas de
búsqueda, lo encontraron en el club, muy acomodado en una butaca viendo una
caricatura, a la pobre madre ya le daba un infarto -en aquel tiempo, los
habitantes de los campos petroleros gozaban gratis de estos espacios, entre
otros- Conforme los primeros días
escolares fueron transcurriendo, el pequeño Manfred extrañamente, pasó
de ser zurdo de nacimiento a ambidiestro, todo se debió, al capricho de una maestra –nunca se supo de alguna razón pedagógica-
que no le parecía correcto que aquel travieso infante, escribiese con aquella mano
tan torpe -el niño no tenía buena letra- lo cierto es que el pequeño Deterling tenía mucha facilidad para
el dibujo y también, para la construcción de aviones, cohetes y volantines
(papagayos) que fabricaba de papel, cartón o lo que consiguiera -tal destreza
la pudo heredar tanto del Caquetìo que llevaba en la sangre como también del
ascendiente de su abuela Cornelia-. Se dice que el padre, en vista de lo
ajustado de su horario, se quejaba constantemente ante sus superiores de no
disponer del tiempo suficiente para atender a su familia, con la excepción de
algunos días. Los Deterling, se comentaba, fueron una familia normal dentro de
ese ambiente petrolero, adaptada a la exigente vida de una empresa en expansión
como lo era BBBSA.
En una
inspección de rutina, Deterling -padre- detectó una pequeña anomalía en el muro
de contención, y por experiencia, intuyó, que esa parte podría ceder por
gravedad -movimiento fuerte de las olas, producido por fenómenos naturales- por
esa razón ordenó al departamento donde está asignado, que remita a la gerencia
de diques y canales el informe respectivo y con carácter urgente. He aquí el informe
-sin anexos-
Había transcurrido un mes desde aquel reporte, y la
cuadrilla de Deterling no había recibido respuesta –por escrito- ni siquiera
nuevas instrucciones. Una de las secretarías ejecutivas adjunta a la gerencia
de diques y canales, ubicó al jefe de la cuadrilla, para informarle –de palabra-
que como “medida temporal” taponara con asfalto la abertura externa, mientras
se aprobaban los recursos pertinentes. A Deterling no le gustó tal decisión,
pero tuvo que llevarla a feliz término. Dos meses más y nada de buenas nuevas
por la oficina de mantenimiento, se cuenta que Deterling no se le olvidaba
aquel ignorado informe, que también afectaba directamente no sólo a él sino a
sus vecinos y en especial a su familia, ya que la anomalía estaba ubicada en
una zona cercana a su domicilio; nunca se cayó, ¡Cómo lo podía hacer! Tenía que
decir algo, cualquiera fuesen las consecuencias, en reuniones de trabajo, de
placer, o cada vez que tenía oportunidad vociferaba lo mismo: la poca o nula
atención al urgente informe. Pasado un tiempo, cuando todo parecía haberse
calmado, Deterling recibe la misiva a continuación:
Todas las medidas legales que tomó la familia
Deterling para recuperar lo perdido fueron infructuosas, el hogar que habían
adquirido y al que se habían acostumbrado les había sido arrebatado, Deterling
desilusionado, decide probar suerte en su ciudad natal; no les quedò más
remedio que recurrir a la señorita Stoffels quien pondría a disposición su casa
flotante mientras se estabilizaban - el orgullo del padre cesante no le permitía
solicitar ayuda a su familia, quien seguramente estaría dispuesta a dársela dada
la solidaridad puesta de manifiesto- La generosa profesora había conversado con
Titus -su hermano mayor- para ubicar a su amigo Deterling en el negocio de los
panes y dulces, práctica que le sería muy provechosa al nuevo aprendiz puesto
que asimilaba todo sin dificultad, con
el tiempo, lograron hacerse de una casita ubicada en un suburbio de la ciudad,
con un nuevo escondite para el pequeño Manfred y llena de tulipanes rojos que
soñaban a veces, ser rosas. Al inquieto heredero lo matricularon en una de las
escuelas de artes que abundaban en la ciudad, en donde aquellas infantiles
creaciones de papel y cartón, fueron evolucionando a través del ojo del futuro artista,
hasta llegar a ser de concreto y metal para el orgullo de Holanda, su familia y
de aquel pueblito petrolero que lo vio nacer. Hasta allí llegaron noticias.
Había transcurrido un tiempo en Menes de agua desde
aquel infortunado informe que había sido engavetado. Refieren que un día,
alguien de la oficina preguntó y nadie supo dar razón, al parecer se había extraviado
¿Cómo?.. Nunca se supo, tampoco tuvo dolientes. Entretanto, a dos horas del
pueblo, ocurría algo imprevisto, la falla tectónica ubicada al sureste de
aguas, de la cual se hablaba poco, dentro y fuera de la empresa, había
despertado, aquellos tediosos reportes sísmicos estaban errados, al reseñar
escasamente un día antes que: “(…) Movimientos apenas perceptibles y
acumulación de energía (…)” se esperaban. Cuentan que la mañana del catorce de
marzo del 42, comenzó un movimiento telúrico de importancia con una duración de
40 segundos aproximadamente, suficiente como para poner a temblar las paredes y
los materiales de las oficinas; en las dependencias de BBBSA. Todo era gritos
de alegría al culminar el sismo, sin prever, que a solo metros de allí,
específicamente a la altura del muelle 12 y entre el kilómetro 15 y 16, se había
abierto un boquete de 80 metros que amenazaba con hacerse más grande por efecto
de la gravedad –en simulaciones de daños hechas con anterioridad, los técnicos
habían llegado a la conclusión, que se necesitaban sólo 100 mts de abertura
para inundar el pueblo en media hora- Dicen que el sonido de la sirena se
escuchó como un trueno por todo el pueblo, difícilmente algunas familias
pudieron subirse a los techos, encaramarse a los arboles o incluso, intentar
inútilmente subir los resbaladizos postes de luz a riesgo, de ser alcanzados
por las incontrolables aguas que cada vez ganaban altura. El fenómeno de la
subsidencia ocasionó que el terreno donde estaba ubicado menes de agua cediera
7 metros por debajo del nivel del lago, ocasionando un considerable aumento en
su desahogo con terribles consecuencias, que al intentar referirlas merecería capítulo
aparte, no obstante, las pérdidas materiales y humanas nunca se contabilizaron
en su totalidad al igual que lo sucedido cinco años antes en aquel incendio que
cobró tantas vidas y que pudo igualmente evitarse. Los miembros de la extinta
cuadrilla –testigos de excepción- también figuraban entre los más afectados.
¡Prevenir para no lamentar! Era el eco que se escuchaba por los húmedos y
abandonados pasillos del área de mantenimiento.
Fin
Josè Gregorio Granadillo Viloria
La manzana
mágica
Ad sidera tollere vultus
Ésta breve ficción se inspira en una antigua leyenda china
compilada por Bao Yunlong edición de la dinastía Ming (1457-1463) –Lo Shu. III
milenio A.C.-
En el lejano oriente de Tien Yuan Fa Wey alrededor del 2200 antes
de la era cristiana, se le atribuyó a un cuadro mágico el dominar las
enfermedades y el haber construido el universo -aunque un astrólogo alemán
aseguró que representaba sólo a júpiter (1)-. Cuentan que el cuadro viajaba
sobre el caparazón de una tortuga con cabeza de dragón llevando un mensaje
oculto. Un mensaje que evitaría más desbordamientos del Lo, un caudaloso río. Aunque
dudan –porque existen otras leyendas en arameo y mandarín- algunos lo consideraban
un cuadro muy especial y lleno de guarismos mágicos. La leyenda dice que cada
guarismo dependía de una terna para ser mágico sino, serían sólo guarismos. Que
cada guarismo para ser mágico debía estar dotado de unidades completas y no ser
decimal. Que cada guarismo que rodeaba al cuadro mágico formaba cuatro columnas,
cuatro filas y dos diagonales. Cada una de cuatro guarismos. Que el total de cada
columna, cada fila o cada diagonal siempre era el mismo guarismo. Al igual que los
guarismos de las cuatro esquinas que lo representaban, entre otros cuatro –la
terna de las cuatro esquinas que lo representaban- siempre volviendo al mismo
guarismo y por eso –según la leyenda- era mágico. Después del lejano oriente de
Tien Yuan Fa Wey lo conocieron los hindúes, los árabes, los griegos, egipcios,
hasta Benjamín Franklin (1706-1790) entre otros. Cada uno le otorgó poderes especiales
y en todos siguió siendo un cuadro mágico dando origen a diversas historias empero
ninguna tan parecida, tan vigente, tan vana como la que sigue.
Había una vez una ciudad donde sucedió algo extraordinario, por
comodidad y cariño digamos que perteneciente a Venezuela. Imagino que se originó
en un suburbio del suroeste, y en una manzana que podríamos denominar mágica. Constituida
por varios edificios –aunque la leyenda china dice 9 y no precisamente
edificios- cuatro por cada avenida y cuatro por cada calle para un total de
dieciséis. Cada edificio con una cantidad determinada de habitantes. Cada edificio
de diferente color: Unos eran rojos, otros azules, otros verdes, blancos, amarillos,
descoloridos y hasta sin color. A una censista vecina del sector, le encargan
elaborar la estadística para complementar el censo de la ciudad, llevado a cabo
por otros tres censistas. La funcionaria -quien vivía sola en su apartamento
ubicado al suroeste- decide comenzar las entrevistas por la entrada principal
de la manzana ubicada al Este, tal consulta la comienza de norte a sur –ver
gráfico-.
Faltándole un último edificio -el de residencia- descubre algo
insólito en sus anotaciones. Descubre al totalizar el número de habitantes de tres
avenidas, de tres calles, de una transversal, incluso, de tres esquinas de la
manzana, que cada una resultaba ser de ciento seis personas. La censista no se
explicaba cómo cuatrocientas veinticuatro personas disímiles entre sí,
pertenecientes a dieciséis complejos habitacionales, lograban sin previo
acuerdo, sin siquiera hablarse la mayoría de ellos, obtener esa constante. Como
amiga de los guarismos sabía de antemano la antigua leyenda “Lo Shu” y pensó
que quizás la constante significaba algo. Eso sí, algo alejado de una ofrenda.
Algo que no fuese fantástico ni esotérico sino tan aproximado como el valor de
pi, de la gravedad, de las constantes vitales, del cero y uno, etcétera. No encontrándole
utilidad la descarta, tal como hiciera Benjamín Franklin con su cuadro mágico
-inspirado en los de Michael Stifel (1487-1567) y Bernard Frènicle de Bessy
(1605-1675)- al considerarlo una pérdida de tiempo y no encontrarle ninguna
“utilidad para sí mismo ni para los demás”. La censista creyendo haberse
equivocado tacha todo su trabajo y decide comenzar por el oeste o, tras la
manzana. Inicia su trabajo de norte a sur como en el anterior intento empero de
izquierda a derecha, pensando que se descompondría la cifra empero no fue así. Luego
comienza por el centro con un complejo de cuatro edificios, obteniendo no sólo la
misma constante sino que a medida que
avanzaba descubrió que otros complejos similares –tres en total- ubicados en
las esquinas noreste, noroeste y sureste de la manzana, igualmente arrojaron ciento
seis personas, repitiéndose en cada uno la mágica cifra. Empero había un cuarto
grupo ubicado en la esquina suroeste que fue la excepción. El complejo que no se
ajustaba, sólo totalizaba ciento cinco personas. Era el único que le daba la
razón y sentido a su trabajo. Era el único de esa manzana que era distinto a
los demás y probablemente distinto a los otros de las manzanas de la ciudad.
Era un alivio porque sus estudios no habían sido en vano. Y dando por terminado
su trabajo, asumiendo que fue un accidente, un craso error todo lo anterior, se
retira a relajarse a su apartamento. Una vez dentro recibe una llamada de sus
colegas para intercambiar datos. Comprobando que la constante se había extendido
a la ciudad, con la excepción del cuarto grupo de la esquina suroeste que le
correspondía. Era un apartamento que había sido pasado por alto. Y desfallece, al
notar que era el suyo.
1.- Heinrich Cornelius Agrippa
Portada: Blanca nieves y los ciento cinco enanitos.
En Trujillo era costumbre realizar romerías
en diversos sitios. Dichas concentraciones eran amenizadas por las inolvidables
y estridentes minitecas. Recuerdo en especial una romería que se llevó a cabo
detrás de un antiguo supermercado y donde unos amigos consiguieron la excusa
para celebrarme los dieciocho años que recién cumplía.
En
algún momento, estando compartiendo con ellos, alguien me jalonea por el hombro
derecho. Despistado volteo y en medio de la confusión un individuo más pequeño
que yo y con cara de pocos amigos me recrimina algo que no alcanzo entender. Detallo
que el joven está tan ebrio que me ha confundido con un antiguo enemigo. De
nada valen mis intentos por hacerlo entender ya que el ofensivo individuo habla
al mismo tiempo. Al terminar de gritarme toda clase de improperios, parte la
botella de vidrio que trae y me amenaza. Recuerdo que sumamente confundido y
asustado a la vez hice por instinto algo que me asombró y que no me explico
hasta ahora. Casi en forma automática jalé mi correa del pantalón y la enrollé
en mi mano, al mismo tiempo que lo invitaba a continuar. Salió tan natural
aquello que el adversario pensó que era un enemigo de temer, y tambaleándose retrocedió.
Menos mal que no pasó a mayores.
Al tiempo analicé detenidamente aquella
reacción que tuve y llegué a la conclusión de que tal vez pudo haber sido sugestionada
por un cuento del abuelo Daniel Viloria, que acostumbraba a reunir a sus nietos
los fines de semana en su casa para contarnos sus anécdotas. Esa casona -hoy expendio de insumos médicos- todavía
conserva la azotea donde mi tío Gilberto, atendía los gallos finos de sus
hermanos, entre estos, los de Joaquín -La Guaca-, Luis Angel, Livio, y Duilio
Viloria Matheus. Además de tener pájaros de toda clase (arrendajos, turpiales,
pericos, cardenales, etcétera).
Este relato
surge principalmente a raíz de lo sucedido en aquella romería, sin dejar de
mencionar lo vivido en la casona que era de mis abuelos. La magia de la lectura
me hizo recordar aquellos momentos que había olvidado. Eso se lo debo a un
pequeño cuento que siempre hojeo de un escritor argentino, titulado: El Sur. “(…),
acaso mi mejor cuento, (…).” Posdata de 1956, Pág. 120. Borges, Jorge Luís,
Ficciones, alianza EMECE, Madrid, 1982, Undécima Edición, 208 Pág.
La cuenta
A mi hijo
La aurora y el guayoyito (café) reciben a Joaquín Mitombis (Guaco) bajo
la manga (manguìfera) y el rocío como cualquier día. Lo despierta el Cardenalito (Sporophila intermedia) que se posa
al vero aledaño
al cimiento, el que liberó hace tiempo, cuando Gilberto
(Gibe) el primogénito lo cazó -con la trampa jaula- en lo alto del viejo mamòn aledaño
a la casa, el mismo que sembró el abuelo Teófilo. Esa vez el pichón rojo aislado
apagó su canto, Guaco
especulaba con la muerte del pichón, por eso en un descuido lo liberó en el patio. Desde ese momento dicen que el
pichón no le pierde hora a Guaco: A las cinco ni más ni menos su
trinar lo despierta, agradecido por siempre. Gibe no rezongó, los hijos de Guaco
son de pocas palabras y asimilan rápido, por eso Gibe resolvió no lidiar más con
animales a menos que tenga hambre o sea pelea de gallos.
A vos no te
ganan con tu canto tempranero: Ni los periquitos, ni cucaracheros, ni guacharacas,
ni carpinteros: Ni naiden. Esos no son como vos, más bien son
flojos –Grita Guaco al pajarito que revolotea, mientras se acomoda las
alpargatas de fina capellada-.
A Guaco
también lo despierta el frío paramero, aquel que lo vio nacer un diez de enero, el que le jacía las arrugadas y quemadas manos purito hielo –como imaginaba
joven-
-
¡Apá! –Aparece
soñoliento su hijo menor-
Yo no lo vide en la cama y me vine acompañarlo
-
¡Pa’ onde va! -pregunta el hijo sin recibir respuesta del
viejo, perdido en sus pensamientos-
A sus hijos Guaco
los trata igual, siempre con el oportuno consejo. Todos lo respetan pero Livio,
el menor, el que se acaba de levantar -según el ojo del taita- es el más apegado y trabajador. Para donde va su taita, él también si le da permiso. Doña América Carlina (Meca)
crió aquellos hijos bajo las enseñanzas de dios y con un especial apego a su
padre -con la excepción de Gibe- para que aprendan desde pequeños
a no depender de nadie.
¡A
valerse solos, como él! –Como siempre les dice-
Manejando
el arado y detrás de la yunta, aprendiendo a levantarse más rápido con cada caída.
El mayor se abrió camino desde temprano, entre juegos, mujeres y peleas de
gallos; de nada le valieron los consejos. Gilberto no es mal hijo empero el
carácter lo domina y esto le trajo algunos problemas, como los que veremos más
adelante. Apretujados entre sábanas de la vieja y chillona cama matrimonial, comparten
el sueño los más pequeños hijos de la Guaca (uno de diez el otro como de
catorce), allí, al oír el cardenalito se abre paso desde temprano el tuñeco, buscando
a su padre, ágil con el rastrillo, machete y escardilla
-
Ya dijo cómo va a
ser -comenta orgulloso el don-.
Madruga mirando el firmamento, buscando
desesperadamente a su dios entre las estrellas antes que desaparezcan, quizás presintiendo
algo: Se confiesa como nunca, allí, con la mano en el pecho, hablando consigo
mismo. Al terminar saca la chimoera y con el dedo índice se embadurna los incisivos.
Su semblante, tostado por el sol de otros días, brilla al alba. Eso ocurre simultáneamente
en el zanjon del jaguar también llamado: Barranco de las ánimas, al otro lado
del pueblo donde queda el hogar de los Teregùez-Seijas.
(())Padres de dos hijos
-
¡El cazar! -Como
dice orgulloso el papá-
Está Lucrecia la mayor y más preparada, le sigue Bienvenido,
el fornido protector y hábil machetero, enemigo de libros. Desde siempre líder indiscutible
de diabluras y último de su clase. Todo lo contrario de su hermana. La madre,
María Cristina (Amà Cristina). Comadrona del pueblo, amante de su trabajo; rara
vez hierbatera, de manos suaves, ágiles y de muy buena memoria, querida por
todos: Tengo dos hijos con Agustín –comentaba a los que la conocían- pero por fuera
tengo unos pocos más -decía a veces con ironía- que bendigo todos los días ¡eso
sí! cuando se descarrilan, hasta los cuereo ya hombres ¡Pà que les dé
vergüenza! A todos ellos los he atendìo y a muy pocos les he quedao mal
-terminaba pensativa-
A don Agustín -contrariamente- le gustaba el cafecito cerrero, mojado con
pata e mula, pero puro por la mañana. Es un campesino alto y delgado, lleno de
pecas en la cara como de sesenta y tantos años, ojos avellanados, pelo lacio
(poco), pausado al hablar y lento al caminar. Comentan que tiene otros hijos por
el pueblo, con dos mujeres más. Orgulloso de su estirpe, enamorado a pesar de
su edad y compromisos, apostador empedernido, jugador de gallos; trabajador
incansable cuando se lo propone. Enemigo de cuentos y de hablar de más, Echao
Pa’Lante. La primera de sus mujeres -fuera del matrimonio- fue Teodora, la
mayor de las amantes y tal vez la más sufrida, rondando los cincuenta años, rezandera
y madre de tres hijos (le sobrevive uno) todos del don. El que iba a ser el
mayor, lo sacó muerto Amà Cristina. No había nada que hacer, hacía días que se
había ido. Dicen que Amà Cristina lloró en silencio tanto por la muerte de la criatura
como por la traición de su esposo -fue la última en enterarse, los que la
querían decidieron no hablar-. Cuentan que días antes del parto, Teodora sintió
unas puntadas cuando estaba exprimiendo una ropa, pero, como alivió, no quiso
molestar a Amà Cristina -por cuestiones obvias- y siguió con su trabajo. El
segundo era Teófilo (Teo para los amigos) alegre, bonachón y altanero. A los
dieciocho años se batió a duelo a cuchillo por un lío de faldas, resultando con
la peor parte. En el pueblo, el machete es muy útil como herramienta de trabajo, pero
imprescindible en los duelos junto con el puñal. Ambos representan, la mayoría
de las veces, tristes recuerdos de mutilaciones y peleas a muerte por apuestas
o por mujeres. Como la que protagonizó la hermosa jovencita, que coqueteaba con
el amor de dos jóvenes y prefirió que sus pretendientes se la disputasen, sin
imaginar, que aquel inocente juego, terminara en algo tan trágico. Al taita no se le olvida esa deuda pendiente, que lo
trasnocha y lo obliga a buscar al eterno todas las auroras. Queda Ambrosio, que
atiende la finca del finado Celestino Surmay. Los hijos de éste se la
negociaron a un musiù, que la transformó en una pequeña finca productora de ajo.
El señor Celestino, último campesino de la familia, heredó de su padre una
finquita de 5 hectáreas, adquirida hace mucho tiempo a punta de trabajo y
amistad por el mayor –así llamaban al bisabuelo- y que le dio de comer a los
Surmay durante mucho tiempo. Lamentablemente los hijos de Celestino (Pedro y Luis),
se acostumbraron a la comodidad de la ciudad, donde los había enviado su padre,
desde muy jóvenes para que se hicieran de una profesión. Allí formaron sus
familias y por consejo de estas, decidieron no seguir la tradición, vendiéndola
a muy bajo precio: Un jubilado de una empresa petrolera, descendiente de
extranjeros; fue el afortunado, toda vez que, llevaba tiempo tratando de
convencer al viejo. Tocándole finalmente al hijo que le queda a la rezandera, vivir
en una pequeña casita anexa a la principal de la granja, desde donde la
atiende, junto con su esposa, de lunes a viernes. Los fines de semana, se
encarga el nuevo dueño. Aseguran que a Teodora (la madre de Ambrosio) siendo
muchacha se la llevó Agustín -sin permiso- una noche de diciembre del 33, a uña
de mula, por un oscuro camino de recuas. La doña dice que no se arrepiente.
La otra mujer es Esmeralda de 29 años, la más
atractiva (bonita y bien formada) del pueblo, don Agustín la convenció, al
enterarse del despecho que tenía por Gibe (el hijo de Guaco) quien la había
despreciado por otra. Se dice que don Agustín lo hizo por venganza. El don
siempre se las ingeniaba para quedar bien ante su esposa, en sus largos “viajes”
de trabajo. No pasó mucho tiempo para que saliera embarazada, la joven
despechada. Le dio un hijo que tiene como siete años. Opinan que aún conserva
su esbelta figura. Si algo tiene el caballero don Agustín, es que a todas sus
conquistas les puso su buena casa. Dicen que la joven le coquetea todavía a Gibe
y don Agustín que no tiene un pelo de tonto, le montó cacería hace tiempo. Además,
curiosamente, Gibe fue quien mató a Teo, su querido hijo –En aquella
oportunidad, alegaron defensa propia, siendo absuelto- Guaco se encargó de
todo. Don Agustín jura que fue trapera. A todo esto, la Guaca tampoco quiere
quedarse por fuera en esta vieja rencilla, y es por eso que después del
guayoyito, humedece con agua la vieja laja que sacó del río hace tiempo,
cóncava de tanto uso. La tiene en el corredor, a un lado de la mata de azahar
(Citrus Aurantium) donde amuela su machete doble filo: Lo Coloca ligeramente
inclinado sobre la curva de la piedra, sujetándolo firmemente por el mango, con
una mano y, colocando la otra, abierta, presionando levemente sobre la vaina; realizando
movimientos circulares y lentos, de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda.
Esto lo hace religiosamente, de un tiempo para acá, a veces, hasta sin
necesidad. A su esposa le preocupa ese empeño. Afirman que a Guaco no le gusta
la pelea de gallos, pero ese viernes en la mañana, Gibe llevaba uno para
echárselo al de una famosa cuerda del pueblo y alguien le comentó que iba a
estar don Agustín. Se acercó al club gallístico los Anaes, forzando un
encuentro con don Agustín, al verse, se sentaron uno al lado del otro y muy
cerca de la entrada principal. Entre la pelea y la algarabía propia de la
gallera, la Guaca, girando su sombrero entre las manos, murmura sin mirar a don
Agustín, sonriendo con sarcasmo y disimulando inútilmente ante los más cercanos
galleros: Tenemos una cuentica pendiente ¡No! –Comenta- ¡Ahora si nos
compusimos! Parece que ¡Al león no es como lo pintan! –dice don Agustín, refiriéndose
a Gilberto y arrugando el rostro mientras se agarra el sombrero- Eso
preguntàselo a tu Teo –dijo con ironía la Guaca, mientras sonreía- Inmediatamente,
don Agustín sintió un pequeño temblor en todo el cuerpo, se mordió los labios y
se cegó por momentos: Trató de sacar el puñal que tenía en el cinto, empero, miró
en derredor y se contuvo. La Guaca asimismo, había agarrado por el mango la
pico e loro, pero, un desconocido que estaba a su lado, muy pendiente de la
conversa lo detuvo, presionándole discretamente el puño… ¡Pà onde la llevamos!
–Dijo alterado don Agustín- La mujer mía despluma la gallina los sábados. Te
voy a esperar al lado del viejo bucare, al mediodía, antes de comerme el
sancochito -respondió la Guaca- El que mata a puñaladas no puede morir a besos
y eso incluye a su padre -dijo en tono amenazante, Don Agustín- con eso no me
decís nada, dejate de vainas y de decires, tenè más bien cuidào, no te me vayas
a caer de la montura y te desnuquéis, antes de la cuentica -respondió la Guaca-.
Esto está muy hablào, queda entre nosotros pues –finalizó diciendo don Agustín,
señalándolo con el índice- ¡Umjù! –Hizo la Guaca, afirmando con la cabeza- Los
dos siguieron como si nada, observando la pelea; en medio de la algarabía que producían
dos auténticos gallos macheteros: Un canagüey de la cuerda los Cuevas con doce
peleas ganadas contra un chongo talisay con dos. El segundo, de Gilberto
Mitombis y estaba ganando: Un picotazo en el ojo y el pescuezo respectivamente,
produjo dos heridas al canagüey que lo dejó tonto por momentos, de repente, el canagüey
pega un brinco y agarró al chongo con el pico. Entre gritos y plumas que
volaban, le produjo una herida en el centro del pescuezo que enfureció más al talisay.
Así estuvieron como seis minutos, entre brincos, picotazos y espuelazos
fallidos, hasta que, el favorito de Gibe, logró acertar un mortal espuelazo
entre el pescuezo y el buche del canagüey. Terminando la pelea antes de tiempo.
El gran vencedor fue Gibe y los que le apostaron a su gallo. Ganaron unos cuantos
pesos ese día. Comentan que Gibe al ver a su padre con su rival, le cambió el semblante.
Recogió a su gallo herido, cobró y sobándolo se les acercó: ¡Sion Apà! –Dijo-
dios te bendiga hijo ¡ganaste otra vez! -contestó el taita- Los dos padrotes no
se habían dirigido la palabra, después de aquellos cortos y punzantes dimes y
diretes. Hasta que Gibe llegó: ¡Ese gallo como que se va a morir! –Dijo pausado
don Agustín- ¡ja ja ja! No creo, orita lo curo, no se preocupe, no es la
primera vez, ¡deso yo si sé! -respondió rápido Gibe mirándolo a los ojos,
mientras la Guaca, hacía silencio pendiente de la reacción de su hijo- ¡Apà! Se
viene conmigo -dijo Gibe- ¡Dejate de vainas! Y andàte tranquilo, que todo está
fino. A Gibe no le gustó aquello, e intuyó lo que había pasado, conociendo a su
taita. No iba a permitir que su padre se batiera, no se lo fueran a matar. Esa
misma tarde pensó todo, no había tiempo para planear la estrategia, decían que el
viejo era lento, empero certero. Había que adelantarse, sólo lo detuvo –por
momentos- la imagen de su querida madre, tenía que despedirse, por si acaso, pero
con cuidado, no vaya darse cuenta la matrona, no obstante, Meca sintió un
presentimiento nomás entrar su hijo: Queréis tantica arepa Gibe -dijo la madre-
deme pues vieja, que tengo hambre, échemele bastante queso y me pasa el chirel.
La doña lo observaba… ¿qué pasó hoy en la gallera? -preguntó- casi nada vieja,
lo que pasó fue que gané, con el chongo -decía, mientras masticaba la arepa de
maíz cariaco- que bueno Gibe ¡ahorre pal avío! le decía la doña sobándole el
pelo- No vieja ¡Pà qué tanto ahorro! Hoy uno está y mañana ni se sabe –terminó
diciendo- No digas así, que eso es malo Gibe, comè con calma no te vayas
atorar, pásela con este guarapito. Al terminar le dio un profundo beso en la
frente a Meca, produciéndole un escalofrío que no se explicaba la doña -no le
quiso decir nada a su hijo- Con la misma se despidió: ¡Ya vengo Amà! Fue lo último
que le dijo.
Eran ya como la una de la tarde de aquel caluroso viernes cuando Gibe
montó su caballo y la enfiló hacia el barranco de las ánimas, allí, se apeo, dejó
pastar al noble bruto y observó el entorno. Se dio cuenta que el sol le era
adverso; rápidamente se colocó en diagonal, cerca de unos bejucos. Revisó el
machete y el puñal y esperó; no había vuelta atrás. Llevaba como una hora estilando
sudor, cuando divisó por entre el monte un punto negro en el horizonte que se
volvió cada vez más grande y familiar. Era el don en persona, que se dirigía
hacia la casa de la comadrona del pueblo. El recién llegado no se esperaba ese
recibimiento, empero, le ahorró trabajo y tiempo –pensó rápidamente- como a 20
metros se apeó, dejó libre al animal después de sacar un enorme puñal árabe,
que le había regalado a Teo y que llevaba tiempo esperando debajo de la silla
de su caballo. Era de un solo filo, de acero templado, ligeramente curvo y
cacha negra. Ninguno dijo una palabra, sólo se miraban a los ojos como dos
perros rabiosos y con ganas de terminar rápido. A Gibe le sorprendió el arma
que sacó el viejo. Pensó que le iba a facilitar las cosas, mí machete contra
ese puñal -pensaba, en la probable ventaja- Los dos se cuadraron: Ambos sacan
el arma a la vez, entretanto, aprietan el mango hasta doler, ambos con sed de
sangre. El primero se cuadra con
la peinilla de frente apoyada en el suelo y esperando para echar el primer
brinco y su zarpazo, como su gallo chongo talisay. Intentó un amague empero el don ni se movió. El
veterano, esperaba el descuido del cagajón -como le decía, para provocarlo- gibe
se pica y vuelve a intentar, esta vez logra de refilón, asestar por la cintura.
Don Agustín se inclina exagerando el dolor y reacciona, aprovechando el
desbalance de su contrincante y se le encima -como un jaguar a su presa- ocasionándole
dos violentos arañazos: Uno en el pecho (al lado del corazón), el otro, a la
altura del cuello (el más grave) Gilberto reacciona por instinto, Intenta
fallidas y débiles barridas transversales, dibujando cruces imaginarias; hasta
finalmente soltar el machete. Seguidamente coloca
sus manos en el cuello, tratando de evitar el fluido incontrolable, empero no
había nada que hacer. Don Fermín lo miró, pensó en rematarlo Y. salivando el
chimó, escupió el suelo en señal de desprecio. El viejo veterano le hace señas desde
su caballo al moribundo, con su sombrero en alto y la enfila a trote largo por
entre las montañas. Gilberto, tirado en el piso muere desangrado y sin nadie
que lo auxilie. Las peleas a cuchillo eran famosas en el pueblo, se
acostumbraba a no utilizar armas de fuego por cuestiones de honor y hombría.
La noticia corrió como pólvora por todo el pueblo ¡Habían
matado a Gilberto Mitombis! Hablan que la Guaca al enterarse, estaba afilando
un machete, con el que se abrió –a propósito- una pequeña herida, en la palma
de la mano izquierda. La cerró apretando fuertemente los nudillos y sin soltar una
lágrima; Miró al cielo e hizo silencio. Don Agustín se había perdido del
pueblo, algunos aseguran que tenía todo arreglado desde hace tiempo. Doña Meca
no para de llorar y de lamentarse por no haberlo detenido cuando sintió aquella
impresión, por otra parte, Amà Cristina, la querida por todos, no sabe que
sentir: Si alivio por quien mató a su hijo o pena por Meca, que estaba de luto y
a pesar de todo, era su amiga.
El último día del velorio, alguien se le acerca a
Guaco y le comenta al oído que había visto a don Agustín, al sur de donde
estaban, como a ocho horas de camino, cerca del hato La pringamoza. El dolido
viejo le puso la mano en el hombro en señal de agradecimiento y esperó hasta enterrar
a Gibe. Al anochecer, ensilló su caballo y se dirigió en la búsqueda del
asesino de su hijo. Fueron meses de intenso rastreo sin resultado alguno, los
baqueanos le decían que lo habían visto, pero desaparecía sin dejar rastro,
cuando llegaba al sitio. Ya cansado, detuvo al caballo. Se apeò, dejó al animal
pastando y decidió subir una colina que estaba como a 25 metros. Al llegar,
sintió la fuerza del viento helado que casi no le permitía avanzar. En aquella
soledad donde le parecía por momentos escuchar un trinar, de repente se le vino
a la mente, la horrible muerte del hijo del que rastreaba. Pensó en lo joven
que era, dos años menor que Gilberto. Pensó en las dos muertes y en las
circunstancias de cada una. Pensó en el origen del problema: Aquella hermosa muchacha
de buena familia que ya los había olvidado, casándose felizmente con otro. Pensó
cuando escondió a su hijo Gibe, sacándolo del pueblo en la oscuridad de la noche,
hasta que se calmara todo. Pensó en su Meca, y lo buena que había sido con él. Pensó
en los hijos que le quedaban y decidió detener la cuenta. Nunca se acabaría,
nunca terminarían de restar. Seguirían los otros hijos y no lo podía permitir.
Al caer la tarde, allí mismo, en aquella colina, entre aquel frio paramero se
confesó en el ocaso y esta vez pidió perdón para su hijo Gilberto, al lado de
su inseparable amigo, el cardenalito.
Fin
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José Gregorio Granadillo Viloria
GIOCONDA
Desescultura. editor
Eran las once de la mañana del año diez. En ese
entonces tomé conciencia una vez más de su férrea presencia empero, costó
reconocer su nuevo nombre un tanto paradójico. Tenía más de 40 años cuando la
vi muy de cerca en la clínica. Mi madre fue quien me la presentó a los 92 años.
Era domingo de ramos y estaba en la habitación 23 del primer piso junto a
Merly, mi esposa. Me contaba disimulando una sonrisa, que en la habitación
contigua, la 24 celebraban el nacimiento de mellizos.
Ya la había visto antes en compañía de mi hermana.
Recuerdo que esa vez llegaron a Valera desde Caracas algo retrasadas, como a
eso de las 5 de la tarde de aquel triste viernes del 88. Su nombre: Gioconda,
conocida en el inframundo, el más inimaginablemente oscuro, como Gio. Bonito
alias sin duda aunque no le interese; muda constantemente. Me dicen que
aconsejó a mi hermana en su tratamiento contra la disnea. Gio casi siempre anda
muy bien acompañada, la mayoría de veces de gente muy entrañable; seducida por
su formal e irresistible invitación. Hasta una vez anduvo con un primo muy querido
que la aceptó en su casa de Caricuao. Recuerdo la mañana de ese día: Eran como
las diez menos treinta. Me encontraba por los lados del Valle de Caracas realizando
diligencias personales de repente, se me ocurrió llamarlo por teléfono -como
solíamos hacer al coincidir- para compartir unas frías (cervezas). Me dijo:
Primo, estoy indispuesto, apenas pasando un aneurisma… ¿No sé, si lo busco? -Preguntó
con voz de enfermo- le dije apenado ¡no primo! mejórese primero, después nos
vemos. Esa fue la última vez que hablamos. En la noche de ese fatídico día me
enteré que contra todo pronóstico lo vieron de la mano de la tal Gioconda por
los alrededores del paraíso. Andar con Gio es perderse en el olvido o el
recuerdo, sin duda.
Personalmente a Gio nunca le presté la debida atención.
La miraba de reojo. Eran los tiempos del trompo y la perinola, del básquet y
las carreras. Debo confesar que no me desvelé tempranamente por alguien tan
natural como Gioconda. Seguramente ya muy viejo reflexione un poco más, pero
muy viejo y fastidioso para que a la familia no le duela tanto. Nunca la
escuché hablar, ni siquiera cuando mamá la presentó. Pienso que no fue mala
educación sino, me pareció muy respetuosa su actitud dada la condición de su
pretendiente.
Dicen que tiene admiradores por allí, muy cerca.
Algunos corazones rotos han hablado por ella. A veces, hasta los han visto
llorar y rogar por su visita. Que cruel parece ser Gio de verdad cuando la
tutean. Decirles dementes o desprevenidos puede ser injusto. Nadie sabe cómo se
hace querer Gioconda. Algunos han sido capaces de hacer cualquier locura por aquella
atracción que deja sin aliento. Afirman los que medio la conocen, que su
silencio cómplice esconde un prolífico libertinaje, que obliga a sus
acompañantes a reflexionar, a estar atentos. Los que tardaron en comprender que
con ella no se vive, no quieren salir ni de sus casas. Pero Gio no perdona. Tampoco
discrimina. Se podría decir que los quiere a todos por igual, a su manera. Otro
arrepentido hasta cometió la osadía de despedirla, así le haya cogido la tarde,
o simplemente, no quiera irse. De todas formas Gio siempre retorna, la quieran
o no.
Quienes la han visto de cerca afirman que es la misma
de siempre y se preguntan discretamente ¿Cómo hace para conservarse? Los más
osados dicen que: Los años parece que no pasaran por ella. Algún día
seguramente le preguntaré ¿Cómo hace el amor?... ¿Será una tongolele? …¿Podré?...
De ser así, cualquiera se muere de viejo con gusto. A mi abuelo Daniel ya mayor
lo encontraron con una joven empero, la celosa Gio no apareció al momento no
obstante él, a posteriori sucumbió serenamente al detener el tiempo.
Gioconda cree en la horizontalidad pero no como
principio -no recuerdo de alguien que se le haya alzado- no es amable, le gusta
sentirse alabada, no siente empatìa por nada ni por nadie. Ni la proeza del héroe, ni la augusta personalidad, ni el
poder de un dictador; ni siquiera el hambre del humilde le desvelan. Todo
subyace a su dominio. Si en
realidad ama, debe ser lo que está más allá de formas y sentimientos. Se
expresa con autoridad y sin escuchar, dictándoles a sus amantes lo que deben
hacer, sin chistar.
A Gioconda siempre le han sobrado las flores y los
curas en la iglesia, acompañó y superó a la Taylor (1932-2011) en el once. Ha sido muy
cuidadosa en evitar ser vista con Dioniso; el del vino, las comilonas y el
derroche no obstante, algunos países perdieron la cuenta.
Seguramente muchos le habrán dedicado adornadas
líneas, grandes sermones y serenatas. Pero en algo -considero- hemos coincidido
todos, su constante sarcasmo para con la vida. A Gioconda según Leonardo
(1452-1519) se le conoce a medida que se aprende a vivir. Aseguran que brilla
como el sol a los ojos de sus amantes.
Gio siempre ha creído que la vida es corta por eso
cada vez que hace presencia la asume como si fuera la última. No cree robarle
nada a nadie, la han oído decir que perpetúa sus conquistas en el recuerdo de
quienes han amado verdaderamente. Por eso dicen que está rallada (mala fama),
pero tan solo somos lo que no hemos sido.
Gioconda es una “vida vivida” como dijo alguna vez
Jorge Luís Borges (1899-1986); además de ser un misterio con su edad. Solo una
vez se le escuchó decir de mala gana “La de todos y la de ninguno”. Quienes
estudian a Gio solo por su adornado nombre sin conocerla íntimamente, piensan
que está llena de vida incluso, que es agradable. Dicen que quien la lleva
adelante más como un sueño que como un hecho, es al que ha soportado hasta que
aburrida, lo despierta.
Le encanta la filosofía y las lenguas muertas, afirman
–incluso- que siempre anda en búsqueda de la verdad, y hasta hay quienes comparan
a la torre de Babel con su erudición. Personalmente la comparo con nada. Nada
me ha devuelto. Lo que dejó apenas cabe en el corazón y en la memoria de una frase robada que se extingue.
Para contrarrestar su verdadera intención hay que
vivir plenamente, respetando el espacio de los demás, el derecho a disentir. Y
ayudando a todo el que se pueda antes de que su presencia nos haga olvidar todo
lo que hemos sido, somos o hubiésemos querido ser. Afirman que Gioconda enamora
y envuelve a los pobres de espíritu. Y los que piensan constantemente en ella
acortan su felicidad. Hay algunos más optimistas como Esperanza, que nació en
la misma cuadra aunque ni la mire. Ella afirma que todo no lo es Gio, que antes
y después de ella, siempre hay algo mejor. Lo cierto es que alguien escuchó a
Gioconda gritarle una vez, antes de que se enemistaran una frase atribuida a
Borges “Solo
el que ha muerto es nuestro, solo es nuestro lo que perdimos”.
Nadie de los que ha conocido Gio se ha quejado aún,
dicen algunos intérpretes –lógicos, teólogos y filósofos- “que han encontrado
su verdad”. Solo ella reconforta a algunos, incluyendo a Popper (1902-1994) a
quien le aterraba conocer a alguien más allá que no fuera Gioconda, por eso
-según él- se tolera hasta el sufrimiento que produce su infiel compañía.
P.D. Esperanza
me dijo, que dejara el final de esta corta e inconclusa parodia a Gioconda empero, que no le diga
nada aún, que espere unos sesenta años a partir de hoy cuando tenga otro nombre…
¿Que les parece, alegría?...
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